YO soy mucho de la Montaña. Soy de la Montaña de toda la vida. De la mar de Castilla. De la que crió a media España con el Pelargón que Nestlé hacía en La Penilla. Soy de la Montaña del sobao pasiego.La que inventó la emigración antes que nadie y eso de los emprendedores antes que existiera tal palabra. Hablo de la Montaña de los montañeses de Sevilla y de los chicucos de Cádiz. La de los jándalos que se vinieron a trabajar a Andalucía con pantalón corto, se pasaron la vida detrás del mostrador de un almacén de ultramarinos o de una tienda de comestibles, durmieron debajo de ese mismo mostrador sin quitarse el babi de crudillo, ahorraron y cuando tuvieron un dinero se establecieron como comerciantes, con tiendas que pregonaban poemáticos nombres en recuerdo de su tierra: El Valle del Pas, La Flor de Toranzo, La Gloria de Villacarriedo. Esa es mi Montaña, qué Cantabria ni Cantabria.ANTONIO BURGOS.

domingo, 6 de abril de 2014

Quinto Domingo de Cuaresma



Evangelio 

En aquel tiempo, un cierto Lázaro, de Betania, la aldea de María y Marta, su hermana, había caído enfermo. Le mandaron recado a Jesús: «Señor, tu amigo está enfermo». Jesús, al oírlo, dijo: «Esta enfermedad no acabará en la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios». Y se quedó todavía dos días en donde estaba. Sólo entonces dice a sus discípulos: «Vamos otra vez a Judea». Cuando Jesús llegó, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado. Marta salió a su encuentro y le dijo: «Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano». Jesús le dijo: «Tu hermano resucitará... Yo soy la resurrección y la vida. ¿Crees esto?» Jesús, muy conmovido, preguntó: «¿Dónde lo habéis enterrado?» Contestaron: «Señor, ven a verlo». Jesús se echó a llorar. Los judíos comentaban: «¡Cómo lo quería!» Pero algunos dijeron: «Y uno que le ha abierto los ojos a un ciego, ¿no podía haber impedido que muriera éste?» Jesús, sollozando de nuevo, llegó a la tumba, y dijo: «Quitad la losa». Marta le dijo: «Señor, ya huele mal, porque lleva cuatro días». Quitaron la losa. Jesús, levantando los ojos a lo alto, dijo: «Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que Tú me escuchas siempre; pero lo digo por la gente que me rodea para que crean que Tú me has enviado». Y dicho esto, gritó con voz potente: «Lázaro, ven afuera». El muerto salió, los pies y las manos atados con vendas, y la cara envuelta en un sudario. Jesús les dijo: «Desatadlo y dejadlo andar». Y muchos judíos creyeron en Él.
 Juan 11, 1-45

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