YO soy mucho de la Montaña. Soy de la Montaña de toda la vida. De la mar de Castilla. De la que crió a media España con el Pelargón que Nestlé hacía en La Penilla. Soy de la Montaña del sobao pasiego.La que inventó la emigración antes que nadie y eso de los emprendedores antes que existiera tal palabra. Hablo de la Montaña de los montañeses de Sevilla y de los chicucos de Cádiz. La de los jándalos que se vinieron a trabajar a Andalucía con pantalón corto, se pasaron la vida detrás del mostrador de un almacén de ultramarinos o de una tienda de comestibles, durmieron debajo de ese mismo mostrador sin quitarse el babi de crudillo, ahorraron y cuando tuvieron un dinero se establecieron como comerciantes, con tiendas que pregonaban poemáticos nombres en recuerdo de su tierra: El Valle del Pas, La Flor de Toranzo, La Gloria de Villacarriedo. Esa es mi Montaña, qué Cantabria ni Cantabria.ANTONIO BURGOS.

martes, 18 de noviembre de 2008

Santanderinos ilustres


Iniciamos esta nueva sección con la biografía de la mente más preclara del pensamiento español de todos los tiempos.
Marcelino Menéndez Pelayo nació en Santanderen 1856 y falleció en 1912 en nuestra ciudad. Niño prodigio, fue discípulo de Milá y Fontanals en Barcelona y estudió más tarde en Madrid y Valladolid. Recorrió las principales bibliotecas europeas y en 1878, con sólo veintidós años, obtuvo la cátedra de literatura de la universidad de Madrid. Desempeñó numerosos cargos docentes y académicos antes de ser nombrado, en 1898, director de la Biblioteca Nacional. Fue miembro de la Real Academia Española y dirigió la Academia de la Historia.
Considerado el hombre más culto de su época, poseía una extraordinaria memoria y una insólita capacidad de trabajo, cualidades que le permitieron llevar a cabo desde sus precoces inicios una ingente tarea de estudio, especialmente de la historia literaria hispánica. Su trayectoria de polígrafo comenzó con la publicación de La ciencia española (1876), colección de artículos en los que defendió con entusiasmo la tradición científica de su país.
Más tarde elaboró la Historia de los heterodoxos españoles (1880-1882), donde equiparó el concepto de ortodoxia a la idea de espíritu nacional, y negó la condición de españoles de pleno derecho a los autores menos identificados con el catolicismo. De este período de juventud son también las conferencias sobre Calderón y su teatro (1881), análisis poco favorable a este dramaturgo del Siglo de Oro. Otra obra temprana fue la Historia de las ideas estéticas españolas (1883-1884), exhaustivo recorrido por las teorías sobre arte y literatura producidas en España, que puso en relación con sus equivalentes en Europa.
En un segundo momento, pasada la exaltación juvenil, Menéndez Pelayo revisó muchas de las tesis expresadas en sus primeros libros y mitigó su determinismo ideológico sin renunciar por completo a la definición de la cultura española como reflejo de un acendrado catolicismo. Volcado en la sistematización y reconstrucción del pasado literario, escribió una Antología de poetas líricos castellanos (1890-1908), cuyo prólogo es una amplia exposición sobre la poesía medieval en lengua española.
Posteriormente dio a conocer sus Estudios sobre el teatro de Lope de Vega (1892-1902), la Historia de la poesía hispanoamericana (1893-1895) y los Orígenes de la novela (1905-1910), en las que examinó el nacimiento y desarrollo de este género hasta el siglo XVI. Junto a estas obras, que lo consagraron como la figura capital de la historiografía literaria española, hay que mencionar los cinco volúmenes de conferencias, prólogos y artículos reunidos en Estudios de crítica literaria (1884-1898).
En la labor erudita de Menéndez Pelayo se dieron cita el espiritualismo católico, la metodología de H. Taine y el historicismo romántico de J.G. Herder, por lo que su visión puede considerarse una curiosa síntesis de tradicionalismo y modernidad, casticismo y europeísmo, positivismo e idealismo.

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