YO soy mucho de la Montaña. Soy de la Montaña de toda la vida. De la mar de Castilla. De la que crió a media España con el Pelargón que Nestlé hacía en La Penilla. Soy de la Montaña del sobao pasiego.La que inventó la emigración antes que nadie y eso de los emprendedores antes que existiera tal palabra. Hablo de la Montaña de los montañeses de Sevilla y de los chicucos de Cádiz. La de los jándalos que se vinieron a trabajar a Andalucía con pantalón corto, se pasaron la vida detrás del mostrador de un almacén de ultramarinos o de una tienda de comestibles, durmieron debajo de ese mismo mostrador sin quitarse el babi de crudillo, ahorraron y cuando tuvieron un dinero se establecieron como comerciantes, con tiendas que pregonaban poemáticos nombres en recuerdo de su tierra: El Valle del Pas, La Flor de Toranzo, La Gloria de Villacarriedo. Esa es mi Montaña, qué Cantabria ni Cantabria.ANTONIO BURGOS.

sábado, 18 de abril de 2009

Dies Domini 19 de abril

La duda de Santo Tomás.Luca Signorelli.Basilica de Loreto.


Segundo Domingo de Pascua, o de la Divina Misericordia
Evangelio
Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:«Paz a vosotros». Y diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:«Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo». Y dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor». Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo».A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: «Paz a vosotros». Luego dijo a Tomás: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente». Contestó Tomás: «¡Señor mío y Dios mío!» Jesús le dijo: «¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto».Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Éstos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su Nombre.
Juan 20, 19-31
Comentario
La resurrección de Cristo es un canto a la divina misericordia del Padre. Se puede afirmar que Cristo muerto y resucitado explica bellamente lo que dice el salmo del Buen Pastor: «Tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida». Cristo resucitado, que se aparece en el Cenáculo a los suyos, que se deja tocar su corazón por Tomás, que anima a Pedro a seguir en su misión en el lago de Tiberíades: «Apacienta mi rebaño», es «la entrañable Misericordia de nuestro Dios que nos ha visitado». Debemos unir siempre, como lo expresó el Siervo de Dios Juan Pablo II al instituir esta fiesta de la Divina Misericordia, a Cristo resucitado y su divina misericordia, así acertamos plenamente en el misterio de Cristo vivo en su Iglesia. ¿Acaso la Divina Misericordia no es expresión de que Cristo vive entregado a la Humanidad? ¿Acaso Cristo resucitado no se nos presenta como vencedor del pecado y de la muerte, es decir, en el triunfo de su divina misericordia? Sólo en la medida en que fijemos nuestra mirada contemplativa en lo que Von Balthasar llamaba punto rojo, es cuando descubrimos que el Resucitado tiene siempre el corazón abierto y que es expresión de su misericordia divina.¡Es todo tan sencillo! ¡Es todo tan armonioso cuando descubrimos que todo forma parte de un único amor redentor de Cristo, que le ha llevado a morir por amor y a resucitar por amor! Sólo si descubrimos que Jesús de corazón abierto es la Divina Misericordia, y que vive a favor nuestro, y lleva adelante a su Iglesia, viviremos este misterio de misericordia que nunca es oscuro, sino hermoso. ¿Podemos tener miedo a un Dios que abre su corazón porque es rico en misericordia? Ya decía san Claudio de la Columbier: «Prefiero, al final de mi vida, ser juzgado por Cristo, antes incluso que por mi propia madre, pues estoy seguro que su corazón misericordioso es aún más comprensivo y más misericordioso que mi misma madre». Impresionante, pero cierto. Es verdad, ¡qué maravilla ser juzgado por Aquel al que hemos entregado nuestra vida! En el fondo, Cristo resucitado, con su corazón abierto y traspasado, es la respuesta del Padre al pecado, al dolor y a toda clase de muerte de nuestra humanidad. Esta respuesta del Señor es su divina misericordia, que desde siempre ha existido en la Iglesia, que siempre los santos la han potenciado y practicado y, hoy más que nunca, está llamada a dar respuesta a la gente de nuestro tiempo, inmersa en el dolor, en los conflictos, en las dudas y, sobre todo, escasos de esperanza.Sólo si miramos a Cristo resucitado y vivo, nos daremos cuenta de que el corazón abierto que toca Tomás es su Misericordia entrañable, que siempre actúa a favor nuestro. En cierta ocasión, la Madre Teresa de Calcuta escribía a una persona amiga y, de su puño y letra, le decía: «Por muchas que sean tus dificultades y problemas, existe una alegría que nunca se te podrá arrebatar: que Cristo ha resucitado y vive para ti». El lugar más definitivo para encontrarse con el Resucitado es su corazón, que para siempre ha quedado abierto de par en par, y no tiene secretos con nosotros. Esto es lo que celebramos en este Domingo.
+ Francisco Cerro Chaves obispo de Coria-Cáceres

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