YO soy mucho de la Montaña. Soy de la Montaña de toda la vida. De la mar de Castilla. De la que crió a media España con el Pelargón que Nestlé hacía en La Penilla. Soy de la Montaña del sobao pasiego.La que inventó la emigración antes que nadie y eso de los emprendedores antes que existiera tal palabra. Hablo de la Montaña de los montañeses de Sevilla y de los chicucos de Cádiz. La de los jándalos que se vinieron a trabajar a Andalucía con pantalón corto, se pasaron la vida detrás del mostrador de un almacén de ultramarinos o de una tienda de comestibles, durmieron debajo de ese mismo mostrador sin quitarse el babi de crudillo, ahorraron y cuando tuvieron un dinero se establecieron como comerciantes, con tiendas que pregonaban poemáticos nombres en recuerdo de su tierra: El Valle del Pas, La Flor de Toranzo, La Gloria de Villacarriedo. Esa es mi Montaña, qué Cantabria ni Cantabria.ANTONIO BURGOS.

domingo, 26 de julio de 2009

Dies Domini 26 de julio de 2009


Domingo, Julio 26, 2009, decimoséptimo Domingo del tiempo ordinario

EVANGELIO
Juan 6, 1-15
Algún tiempo después se fue Jesús al otro lado del mar de Galilea (de Tiberíades). Solía seguirlo una gran multitud porque percibían las señales que realizaba con los enfermos.
Subió Jesús al monte y se quedó sentado allí con sus discípulos. Estaba cerca la Pascua, la fiesta de los Judíos. Jesús levantó los ojos y, al ver que una gran multitud se le acercaba, se dirigió a Felipe:
-¿Con qué podríamos comprar pan para que coman éstos? (Lo decía para ponerlo a prueba, pues él ya sabía lo que iba a hacer.)
Felipe le contesto:
-Doscientos denarios de plata no bastarían para que a cada uno le tocase un pedazo.
Uno de los discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dice:
-Hay aquí un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces; pero ¿qué es eso para tantos?
Jesús les dijo:
-Haced que esos hombres se recuesten.
Había mucha hierba en el lugar.
Se recostaron aquellos hombres, adultos, que eran unos cinco mil.Jesús tomó los panes, pronunció una acción de gracias y se puso a repartirlos a los que estaban recostados, y pescado igual, todo lo que querían.
Cuando quedaron satisfechos dijo a sus discípulos:
-Recoged los trozos que han sobrado, que nada se eche a perder.
Los recogieron y llenaron doce cestos con trozos de los cinco panes de cebada, que habían sobrado a los que habían comido.
Aquellos hombres, al ver la señal que había realizado, decían:
-Ciertamente éste es el Profeta, el que tenía que venir al mundo.
Jesús entonces, dándose cuenta de que iban a llevárselo por la fuerza para hacerlo rey, se retiró de nuevo al monte, él solo.

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