Creo en una sola España. Madre fecunda, creadora del cielo limpio y la tierra varia.
Y de todas las Américas de América. Y en un solo pueblo español, primogénito entre los hijos de España; nacido de la Madre, antes de todos los descubrimientos.
Pueblo de pueblos, nación de naciones, verdadero Reino de reinos verdaderos.
Engendrado y hecho; consustancial al Mare Nostrum, por el cual fueron hechas Grecia y Roma; cuyas aguas, por nosotros y por nuestra civilización, nos enviaron el Derecho.
Y la Cruz.
Y por obra del Apóstol Santiago, la Cruz encarnó en Iberia pagana.
Y se hizo España. Y corrieron los tiempos.
Y por nuestras culpas, España fue crucificada; padeció bajo el poder de la Media Luna y fue sepultada.
Y resucitó al octavo siglo, según las crónicas. Y subió a las cumbres, donde estuvo sentada a la diestra de la Gloria. Y, por nuestra desidia, hubo de bajar al suelo y ser juzgada por amigos y enemigos. Y su imperio tuvo fin. Pero no, su aliento.
Creo en el amor a España, soplo vivificante que procede del honor y va hacia el mañana. Creo en el genio de España, horno de virtudes y redoma de mezquindades; pero creo en España. La cual, con sus pueblos de aquí y de allá, debe ser justamente venerada, respetada y glorificada; que habló por boca de sus ejemplos, calló por dignidad y tiene pedida la palabra.
Y creo en Castilla, que es una, santa y dolorida. Creo en las barras de Cataluña, en las cadenas del rey Sancho y en las Asturias de Santillana. Creo en el león y en la granada de Granada. Creo en el tañido de Compostela y en las Vascongadas de España.
Creo en una sola España.
Creo en la comunión de sus pueblos. Confieso una sola bandera por símbolo de esta fe, y por testigo de la Patria. Y espero la resurrección de los muertos a España.
Y aliento para todos.
El espíritu esté siempre con nosotros.
Y en el Derecho.
Juan Luis Calleja
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