YO soy mucho de la Montaña. Soy de la Montaña de toda la vida. De la mar de Castilla. De la que crió a media España con el Pelargón que Nestlé hacía en La Penilla. Soy de la Montaña del sobao pasiego.La que inventó la emigración antes que nadie y eso de los emprendedores antes que existiera tal palabra. Hablo de la Montaña de los montañeses de Sevilla y de los chicucos de Cádiz. La de los jándalos que se vinieron a trabajar a Andalucía con pantalón corto, se pasaron la vida detrás del mostrador de un almacén de ultramarinos o de una tienda de comestibles, durmieron debajo de ese mismo mostrador sin quitarse el babi de crudillo, ahorraron y cuando tuvieron un dinero se establecieron como comerciantes, con tiendas que pregonaban poemáticos nombres en recuerdo de su tierra: El Valle del Pas, La Flor de Toranzo, La Gloria de Villacarriedo. Esa es mi Montaña, qué Cantabria ni Cantabria.ANTONIO BURGOS.

sábado, 23 de enero de 2010

Dies Domini 24 de enero de 2010





III Domingo del Tiempo ordinario



Evangelio

Ilustre Teofilo: muchos han emprendido la tarea de componer un relato de los hechos que se han verificado entre nosotros, siguiendo las tradiciones transmitidas por los que primero fueron testigos oculares y luego predicadores de la Palabra. Yo también, después de comprobarlo todo exactamente desde el principio, he resuelto escribírtelos por su orden, para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido.
En aquel tiempo, Jesús volvió a Galilea, con la fuerza del Espíritu, y su fama se extendió por toda la comarca. Enseñaba en las sinagogas y todos lo alababan. Fue Jesús a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el libro del profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito:
«El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para dar la Buena Noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista. Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor».
Y, enrollando el libro, lo devolvió al que le ayudaba, y se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en Él. Y Él se puso a decirles:
«Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír».
Lucas 1, 1-4; 4, 14-21


Comentario

Qué les pasa a los hombres de esta época?; ¿por qué se les ve tan desorientados?; ¿cómo se explica la voluntad de prescindir de Dios en la visión y valoración del mundo?
Los que manejan los hilos de la cultura han cerrado sus ojos y sus oídos para no ver ni oír a Dios, aunque conozcan los riesgos: «Una determinada cultura moderna, que pretendía engrandecer al hombre, colocándolo en el centro de todo, termina paradójicamente por reducirlo a un mero fruto del azar, impersonal, efímero y, en definitiva, irracional: una nueva expresión del nihilismo» (Benedicto XVI, al IV Congreso Nacional de la Iglesia en Italia). Es evidente que la falta de clarividencia y de vida santa en muchos de nosotros ha contribuido también al oscurecimiento de la fe y al desarrollo de la indiferencia y del agnosticismo teórico y práctico en nuestra sociedad.
El Evangelio del próximo domingo ofrece soluciones y rompe nuestra inercia a la comodidad, aunque pensemos que ya es tarde. Dios sabe esperar, la experiencia de san Agustín es iluminadora: «Demasiado tarde, demasiado tarde empecé a amarte. ¡Hermosura siempre antigua y siempre nueva, demasiado tarde empecé a amarte! Tú estabas conmigo y yo no estaba contigo. Yo estaba lejos, corriendo detrás de la hermosura por Ti creada; las cosas que habían recibido de Ti el ser, me mantenían lejos de Ti. Pero tú me llamaste, me llamaste a gritos, y acabaste por vencer mi sordera. Tú me iluminaste y tu luz acabó por penetrar en mis tinieblas. Ahora que he gustado de tu suavidad estoy hambriento de Ti» (Confesiones, 7).
San Lucas resalta la necesidad de escuchar a Jesús, que viene con la fuerza del Espíritu Santo, despertando la admiración de todos y proclamando que la salvación se está haciendo presente en su persona. Por esta razón puedes sentir cómo te ofrece su misericordia, es decir, tu renovación interior; la oferta de la libertad de la opresión del pecado, porque es especialista en los grandes perdones. La fuerza de Jesús, ungido por el Espíritu, transforma día a día nuestra existencia y nos hace partícipes de su gracia, como hombres nuevos: llenos de fe, cargados de paz en el corazón, de confianza, alegría, libertad interior, con fuerza para perdonar y coraje para testimoniarle, llamados a descubrir al otro como un hermano a quien amar.
En estos momentos seguimos teniendo la gran misión de ofrecer a nuestros hermanos el gran Sí que, en Jesucristo, Dios dice al hombre y a su vida, al amor humano, a nuestra libertad y a nuestra inteligencia; haciéndoles ver cómo la fe en el Dios que tiene rostro humano trae la alegría al mundo.
+ José Manuel Lorca Planes
obispo de Cartagena
y A.A. de Teruel y Albarracín





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