YO soy mucho de la Montaña. Soy de la Montaña de toda la vida. De la mar de Castilla. De la que crió a media España con el Pelargón que Nestlé hacía en La Penilla. Soy de la Montaña del sobao pasiego.La que inventó la emigración antes que nadie y eso de los emprendedores antes que existiera tal palabra. Hablo de la Montaña de los montañeses de Sevilla y de los chicucos de Cádiz. La de los jándalos que se vinieron a trabajar a Andalucía con pantalón corto, se pasaron la vida detrás del mostrador de un almacén de ultramarinos o de una tienda de comestibles, durmieron debajo de ese mismo mostrador sin quitarse el babi de crudillo, ahorraron y cuando tuvieron un dinero se establecieron como comerciantes, con tiendas que pregonaban poemáticos nombres en recuerdo de su tierra: El Valle del Pas, La Flor de Toranzo, La Gloria de Villacarriedo. Esa es mi Montaña, qué Cantabria ni Cantabria.ANTONIO BURGOS.

sábado, 17 de julio de 2010

XVI Domingo del Tiempo ordinario





Evangelio
En aquel tiempo entró Jesús en una aldea, y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa. Ésta tenía una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra. Y Marta se multiplicaba para dar abasto con el servicio; hasta que se paró y dijo:
«Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola con el servicio? Dile que me eche una mano».
Pero el Señor le contestó:
«Marta, Marta: andas inquieta y nerviosa con tantas cosas; sólo una es necesaria. María ha escogido la parte mejor, y no se la quitarán».
Lucas 10, 38-42

Comentario

Me han dicho muchos lo difícil que les resulta identificarse con cualquiera de las dos hermanas que aparecen en el Evangelio del próximo domingo. Con Marta, que anda preparando las cosas para la visita que les viene a casa, pero más aún, estando ya con ellas, no ha dejado de estar pendiente de todos los detalles, ¿alguien le podrá reprochar algo a esta mujer que se preocupa tanto de la hospitalidad de Jesús? María, su hermana, lo tiene muy claro, ha decidido escuchar a Jesús, estar junto al Señor y no perderse nada. Tampoco se le puede reprochar nada a su comportamiento. Algunos han tratado de contraponer, sacándole partido desde el punto de vista espiritual, las dos actitudes, una contemplativa y la otra activa, pero no es ésta la intención del Señor; hubiera sido demasiado simple, ya que repasando la historia de la Salvación vemos cómo ambas actitudes son necesarias para la vida de un creyente, y las dos las ha practicado Jesús.
Escuchar y contemplar son actitudes básicas y esenciales para un creyente católico, y eso no está en contradicción con la dimensión del servicio, ni de la caridad; al contrario, el que sabe escuchar a Dios se siente llamado por Él a servir a los hermanos, con corazón grande, generoso y solícito. El mismo Señor no compara, sino que señala la bondad de una postura: «Aclara -dice san Juan Casiano- que el servicio de las necesidades del cuerpo es algo transitorio, mientras que escuchar la palabra de Dios es algo eterno». La palabra de Dios es la fuente primera, básica e insustituible de la oración. La oración es la respiración del alma, ha afirmado el Papa Benedicto XVI. La contemplación en oración no es tiempo perdido, sino tiempo precioso, donde Él «me mira y yo le miro», que dijera el santo Cura de Ars. La importancia de la oración está en que sabes distinguir perfectamente entre pedirle a Dios que se realicen todos tus planes y proyectos, y descubrir e interpretar los planes de Dios.
Me emociona recordar, con motivo de este Evangelio de Marta y María, cómo el Papa Benedicto XVI, en la Misa de clausura del Sínodo de la Palabra, decía que «la tarea prioritaria de la Iglesia, desde el inicio de este nuevo milenio, es ante todo la de alimentarse de la palabra de Dios, para hacer eficaz el compromiso de la nueva evangelización», cosa que nos ayuda a encontrar la razón como para entender bien el sentido de este Evangelio. Frente a la palabra del Señor, sólo encuentro un verbo para conjugar: escuchar. Necesariamente, quien sabe escuchar se ve fortalecido de la gracia de Dios para la donación hasta de la propia vida a favor de los demás, y logra que esa caridad no se convierta en ideología. Que Dios os conceda en este domingo una buena recepción de su Palabra y el coraje de cumplirla.
+ José Manuel Lorca Planes
obispo de Cartagena
A.A. de Teruel y Albarracín


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