YO soy mucho de la Montaña. Soy de la Montaña de toda la vida. De la mar de Castilla. De la que crió a media España con el Pelargón que Nestlé hacía en La Penilla. Soy de la Montaña del sobao pasiego.La que inventó la emigración antes que nadie y eso de los emprendedores antes que existiera tal palabra. Hablo de la Montaña de los montañeses de Sevilla y de los chicucos de Cádiz. La de los jándalos que se vinieron a trabajar a Andalucía con pantalón corto, se pasaron la vida detrás del mostrador de un almacén de ultramarinos o de una tienda de comestibles, durmieron debajo de ese mismo mostrador sin quitarse el babi de crudillo, ahorraron y cuando tuvieron un dinero se establecieron como comerciantes, con tiendas que pregonaban poemáticos nombres en recuerdo de su tierra: El Valle del Pas, La Flor de Toranzo, La Gloria de Villacarriedo. Esa es mi Montaña, qué Cantabria ni Cantabria.ANTONIO BURGOS.

miércoles, 16 de febrero de 2011

70 aniversario del incendio de Santander



En la madrugada del 15 al 16 de febrero del año 1941, la ciudad de Santander sufrió una importante catástrofe. Décadas después de la explosión del vapor Cabo Machichaco (1893), Santander sufrió el incendio más demoledor de su historia.

El elemento desencadenante de la catástrofe fue el fuerte viento de dirección sureste que, desde la tarde del día 15 azotó la ciudad, alcanzando momentos de máxima velocidad los 140 kilómetros por hora, acompañado por una depresión atmosférica de gran intensidad. El incendio se inició en la calle Cádiz,[1] en las proximidades de los muelles, y avivado por un fuerte viento Sur, las llamas alcanzaron pronto la Catedral que, por estar situada en la zona más alta, se convirtió en un potente foco difusor del fuego hacia las calles próximas.

Los orígenes del incendio no quedan detallados en la información de la época. Se sabe con casi total certeza que se inició en la calle Cádiz, pero el objeto desencadenante varía según la fuente. Unos aluden a una chimenea del número 20 de esa misma calle, otros un cortocircuito, y algunos textos localizan el origen del incendio en el número 5. A partir de ahí, el fuego se extendió rápidamente al número 15 de Ruamayor, avivado por el fuerte viento Sur.

Desde el eje de la Vieja Puebla (Catedral, Rúa Mayor, Rúa Menor...), el incendio se fue extendiendo hacia las calles de La Ribera, San Francisco, Atarazanas, El Puente, La Blanca y la Plaza Vieja. De esta forma se situó sus límites al Norte, en la cuesta de la Atalaya, y la calle de San José, por el Oeste el fuego se cortó antes de alcanzar Isabel II y la calle del Limón, sin llegar a afectar a la sede del Ayuntamiento, por el Sur se extendió hasta la calle Calderón de la Barca, mientras que por el Este el fuego se detuvo en las primera casas del ensanche. Los límites del fuego coinciden casi totalmente con el espacio amurallado de la villa del siglo XVI.

Durante el día 16 prosigue el incendio, cediendo por el Este pero avanzando en otras zonas de la ciudad. Ese mismo día, y 24 horas después del comienzo del incendio, llegan bomberos de Bilbao, San Sebastián, Palencia, Burgos, Oviedo, Gijón, Avilés y Madrid. Ya en el día 17, la ausencia de viento favorece los trabajos de extinción. Empieza a desaparecer de las calles los muebles y transeúntes sin hogar. Los bomberos penetran en la zona calcinada, y se ahogan los últimos focos en busca el núcleo del incendio.

Durante el día 18 el gobernador Carlos Ruiz García difunde un Boletín Oficial de Información dando instrucciones a la población y aportando datos sobre la magnitud de lo ocurrido. Sobre todo se difundieron consignas, órdenes e instrucciones concretas sobre suministros y distribución de alimentos. Esa misma noche arribó a puerto el crucero Canarias, que aportaria suministros y comida a la población. El cambio del viento en dirección Noroeste y el comienzo de la lluvia ayudó a las labores de los bomberos. Se limpió la atmósfera de la ciudad, pero aumentó considerablemente el riesgo de derrumbamientos. El día 20 el gobernador civil dicta un decreto por el que se obliga a todos los propietarios a reparar los tejados de los edificios y las salidas de humos en un plazo de 48 horas. Se procede a la incautación de las tejeras La Covadonga, Trascueto y Agustín García. Llegan las primeras cocinas de campaña y comienza la distribución de comida caliente entre los damnificados.

Los focos principales del incendio se consiguieron apagar en los 3 primeros días, pero gran parte de las ruinas y edificios destruidos, albergan llamas en su interior en los días posteriores. Tras 15 días desde el comienzo del incendio, se da fin a la catástrofe con el último foco extinguido del incendio, en una casa de la calle Cuesta

En general, el fuego afectó a las calles estrechas (salvo la de Atarazanas), con edificios básicamente construidos de madera y con miradores que facilitaron la difusión de las llamas.

El resultado fue la destrucción casi completa de la zona histórica de la ciudad, es decir casi la totalidad del casco antiguo de la ciudad, afectando, sobre todo a la Vieja y Nueva Puebla y a edificios más modernos levantados en su recinto. Desaparecieron fundamentalmente edificios de viviendas en gran parte ocupadas por clases populares. El incendio destruyó la mayor parte de la puebla medieval, el total fueron 37 calles de las más antiguas de la ciudad que ocupaban 14 hectáreas, lo que supuso la desaparición de 400 edificios mayoritariamente destinados a viviendas (2.000 aproximadamente) y comercio.

La zona afectada se caracteriza, además, por constituir el centro de la ciudad, el eje donde estaban emplazados la mayor parte de los establecimientos comerciales del Santander de aquel entonces. Se ha calculado que el incendio destruyó el 90 % de los locales destinados a esta actividad. Hay que tener en cuenta que las calles de La Blanca y San Francisco constituían la base de la vida comercial de la ciudad.

Asimismo, algunos edificios públicos desaparecieron o se vieron afectados en mayor o menor grado. Este es el caso de la Catedral de Nuestra Señora de la Asunción, la antigua Casa Consistorial, la iglesia de la Anunciación y el Palacio de Marqués de Villatorre.

Un total de 72.211 bomberos locales, de las provincias limítrofes como Vitoria y Palencia, y de Madrid, participaron en la extinción del fuego durante quince días.

Hubo alrededor de 10.000 damnificados y unas 7.000 personas en paro forzoso. El buque Canarias abasteció a la devastada ciudad de alimentos y de ayuda humana tras la catástrofe. Al tiempo del desastre, se crea el cargo de "Delegado especial del Gobierno para la Reconstrucción de Santander", que se encargó del nuevo espacio y del futuro urbanístico de la ciudad. En el Plan de reconstrucción se abrió la nueva calle de Juan de Herrera, de carácter comercial, que une el Ayuntamiento con Hernán Cortés, respetando la Iglesia de La Compañía, salvada del incendio.
El incendio causó una sola víctima, un bombero madrileño, Julián Sánchez García en labores de extinción que falleció en el hospital de Valdecilla tras una leve recuperación. A pesar de eso el daño material fue inmenso, y miles de familias perdieron sus hogares.

La valoración material de las pérdidas se cifró oficialmente en 85.312.506 pesetas. El número de damnificados ascendió a unas 10.000 personas, lo que, teniendo en cuenta que la población de hecho de la ciudad en 1940 era de 101.793 habitantes (INE), supuso que quedasen sin vivienda aproximadamente un 10 % de los santanderinos y un buen porcentaje de ellos perdiese sus negocios y empresas. Cabe destacar que en el año 1941, España estaba en plena posguerra y la situación socio-económica no era muy favorable, por lo que una catástrofe de esta magnitud acrecentó la mala situación por la que pasaba tanto la ciudad como la región.


Como consecuencia del incendio, quedaron libres 115.421 m² de suelo urbano magníficamente situado en el centro físico de la ciudad de Santander, que fueron expropiados para concentrar los solares. Fue por tanto, una ocasión excepcionalmente favorable para dejar terrenos a disposición de negocios inmobiliarios en una zona donde el valor del suelo era y es objeto de una creciente plusvalía.

El incendio tuvo una notable incidencia en el planeamiento urbano y un impacto indiscutible en la reorganización social de la ciudad de Santander, estimulando nuevos procesos urbanos tanto en el centro como en las áreas periféricas a las que se dirigió gran parte de la población desalojada por el siniestro. Ello es fundamental para comprender la dinámica del espacio urbano santanderino en la etapa previa a la gran expansión de los años 60.

La reconstrucción iniciada rápidamente se acometió en base a una serie de principios fundamentales. En primer lugar se intenta solucionar el problema viario construyendo un nuevo trazado para el tranvía que supera las disfuncionalidades derivadas de las calles estrechas e irregularmente distribuidas del casco histórico. Para ello se acepta un proyecto que sigue las directrices del modelo del ensanche, con una trama octogonal compuesta por calles amplias en las zonas de mayor confluencia de tráfico. En este sentido, es ilustrativo del ensanchamiento de la antigua calle de Atarazanas para constituir la actual Avenida de Calvo Sotelo.

El segundo criterio fundamental viene dado por la orientación comercial y de residencia acomodada que prioritariamente se adjudica a esta área, en especial en las calles de San Francisco, Calvo Sotelo y Juan de Herrera.

Asimismo, se sostuvo la necesidad de construir una plaza principal como nuevo centro representativo de la ciudad: la Plaza Porticada, sede de algunos edificios oficiales, como el Gobierno Civil, la Delegación de Hacienda, el Gobierno Militar, la Cámara de Comercio, Industria y Navegación, y en la actualidad también comprende la sede de Caja Cantabria.

Otro objetivo propuesto fue la revalorización de los edificios religiosos, sacando partido a sus limitadas posibilidades estéticas. Por ello se dedicó tiempo a la reconstrucción de la Catedral de Santander, la iglesia de la Anunciación y se construyó la Plaza de la Asunción.

Por último, una realización importante de los años 40 fue el desmonte realizado entre la Catedral y la actual calle de Ruamayor. Paralelamente a todo lo anterior, se producen dos fenómenos fundamentales: el desplazamiento de la población de clases bajas asentadas en las viejas casas del centro hacia la periferia, lo que originó el consiguiente crecimiento de la ciudad en sus márgenes.

En Santander, la actividad constructiva en los años posteriores al incendio se incrementa notablemente, por debajo de las necesidades reales y siguiendo un criterio selectivo. Así, la zona directamente afectada por el fuego se remodela a través de la iniciativa privada, que construye edificios destinados a uso oficial, comercial y de residencia burguesa.

La vivienda obrera se sitúa, en principio con carácter de provisionalidad en ciertos casos, en puntos aislados del casco urbano, generalmente distantes del centro. En estos casos, la gestión para la edificación parte de organismos estatales municipales que construyen casas baratas de tipo casi o totalmente suburbial (200 "casucas" de Canda Landáburu en La Albericia, viviendas en el barrio de Campogiro en Peñacastillo y bloques de viviendas subvencionadas por la Obra Sindical del Hogar, en general de baja calidad, como son el Grupo Pero Niño (único barrio para clases modestas que se levantan en el espacio siniestrado), y en el extrarradio, los grupos de los Santos Mártires (162 viviendas), José María de Pereda (111), Pedro Velarde (348) y Barrio Pesquero (294).

En la zona afectada por el incendio se construyeron aproximadamente la mitad de viviendas populares que las que se destinaron a residencia burguesa, fenómeno claramente ilustrativo de la nueva dimensión social y funcional que se logró imponer en esta área central y, por tanto, de gran valor en el conjunto urbano.

Para el año 1954 estaba prácticamente finalizada esta amplia labor de reconstrucción con un resultado de cinco nuevos edificios públicos y 170 privados. Así pues, el incendio y la posterior reconstrucción del centro trajeron consigo dos consecuencias claves para la actual ciudad de Santander. Por un lado, se produjo una profunda transformación tanto morfológica como funcional del espacio urbano central que supuso un proceso de renovación urbana anterior al de otras ciudades españolas. Por otra parte, se desencadenó una movilización no espontánea de población de grandes proporciones que, en última instancia, deja sus huellas en la estructuración socio-urbana actual.






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