YO soy mucho de la Montaña. Soy de la Montaña de toda la vida. De la mar de Castilla. De la que crió a media España con el Pelargón que Nestlé hacía en La Penilla. Soy de la Montaña del sobao pasiego.La que inventó la emigración antes que nadie y eso de los emprendedores antes que existiera tal palabra. Hablo de la Montaña de los montañeses de Sevilla y de los chicucos de Cádiz. La de los jándalos que se vinieron a trabajar a Andalucía con pantalón corto, se pasaron la vida detrás del mostrador de un almacén de ultramarinos o de una tienda de comestibles, durmieron debajo de ese mismo mostrador sin quitarse el babi de crudillo, ahorraron y cuando tuvieron un dinero se establecieron como comerciantes, con tiendas que pregonaban poemáticos nombres en recuerdo de su tierra: El Valle del Pas, La Flor de Toranzo, La Gloria de Villacarriedo. Esa es mi Montaña, qué Cantabria ni Cantabria.ANTONIO BURGOS.

domingo, 20 de febrero de 2011

VII Domingo del Tiempo ordinario






La medida del amor


Nada me extrañaría que a algunos de cuantos lean el texto del Evangelio y mi comentario les pudiera parecer que lo dicho no es políticamente correcto. Lo correcto para los que escuchaban a Jesús era la ley del talión y, por desgracia, los criterios de hoy en día no suelen andar muy lejos. Nos cuesta entrar a corazón abierto en lo que Jesús dice en este texto, que es de una extraordinaria novedad y radicalidad. Siguiendo con el clima del Sermón del Monte, ahora se atreve a tocar una materia especialmente sensible: se atreve con la medida del amor y apunta hasta el límite máximo de la generosidad del corazón humano, hasta el amor que se hace perdón. Y no admite las medias tintas. A cuantos sean capaces de comprender a Jesús, los llama a la perfección en el amor. Y el horizonte que propone es el de ser perfectos, no a nuestra medida -¡apañados estábamos!-, sí a la de Dios (como el Padre celestial es perfecto). Dice Jesús que los hijos de Dios, al sentirse amados por su Padre, han de amar del modo que más les identifique con el amor que reciben. Por eso, el pobre dice al pedir: Por amor de Dios, hermano.
Jesús invita a amar a todos y sin ningún límite; también a los que agravian, persiguen o calumnian. En el corazón del cristiano, dice Jesús, no cabe ninguna reserva en el amor. Y eso es aplicable a cualquier circunstancia: en las relaciones personales, familiares, sociales, políticas; o en cualquier materia, como el racismo, el terrorismo o la guerra. Nadie está fuera de la llamada de Jesús al amor sin condiciones. En sus palabras es sumamente explícito: a quien te agravia de cualquier modo y a quien se sitúa ante ti como tu enemigo, respóndele con amor y, además, expresa ese amor con humildad y generosidad. Pero hay que insistir en que la motivación para ese modo de amar es más fuerte que cualquier reserva que pudiéramos humanamente tener: Jesús nos estimula a amar como nuestro Padre Dios, que hace salir su sol sobre malos y buenos y manda la lluvia a justos e injustos.
Ésa es también la razón que nos da para que nos atrevamos a dar ese salto increíble que propone: de la ley del talión, esa ley de mínimos que regulaba las relaciones entre los hijos de Israel, Jesús invita a una nueva moral, la del amor sin fronteras, la que no admite rebajas ni permite pasar de puntillas por ella. Por eso, aunque las exigencias del Evangelio estén lejos de los criterios del mundo, la Iglesia ha de seguir proponiendo estas palabras de Jesús como el más alto modelo de convivencia. Cada cristiano, por su parte, ha de medir la distancia que hay entre sus sentimientos y el horizonte infinito de amor que propone Jesucristo. Y luego, consciente de que necesita la ayuda de su Padre Dios, ha de repetir cada día en la oración: Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden.
+ Amadeo Rodríguez Magro
obispo de Plasencia



Evangelio

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Habéis oído que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente. Pues yo os digo: no hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, déjale también la capa; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no le rehúyas. Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia sobre justos e injustos. Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y, si saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto».
Mt 5, 38-48


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