Asistimos con gozo a un maravilloso encuentro al que hemos de estar muy atentos; y no sólo para no perdernos ni un detalle, sino para participar en él. Se trata de un texto que no es sólo para escucharlo, también hay que contemplarlo, porque cada una de sus palabras es una perla preciosa para cada uno de nosotros. Todo empieza en torno al mediodía y mientras Jesús va de camino con sus discípulos, como siempre. En esta ocasión, va pasando por Samaría, terreno de misión para Él y, por tanto, terreno querido, pero también territorio hostil por su condición de judío. Llega Jesús al pozo de Jacob en Sicar, lugar de evocadoras experiencias bíblicas en las que Dios se manifiesta. Viene cansado y se sienta junto al pozo, tiene sed. Mientras tanto, llega una mujer samaritana a por agua y trae el cubo para sacarla. Es entonces cuando empieza el diálogo y el intercambio del agua. No hay ningún detalle que no sea importante en todo el encuentro-relato. Todo está al servicio de un diálogo salvador que Jesús inicia con aquella mujer para cambiar su corazón y su vida. Jesús maneja el diálogo con una maravillosa y tierna pedagogía, para que, poco a poco, la samaritana descubra que también ella tiene sed. Lo que parece un simple encuentro se convierte en un gozoso acontecimiento no sólo para ella, también lo es para el mismo Jesús. En realidad, la conversión del corazón es siempre un acontecimiento para el cielo y para la tierra.
Todo sucede en torno al agua. Jesús le dice a la mujer: Dame de beber. Él viene cansado del camino y necesita agua de aquel pozo. Inicia, pues, el diálogo desde la pobreza, la sencillez y la humildad. Con su ojo misionero, su sed ya no es del agua, sino de la fe de la samaritana. Enseguida se da cuenta de que la mujer también necesita agua y le muestra el agua viva que ella desea. Y Jesús la va orientando, con la escucha y el diálogo, para que se manifieste en ella el deseo de Dios que hay en su vida, es decir, para que se descubra a sí misma. Esto se desvela con un último toque de gracia bendita: cuando la mujer descubre que Jesús conoce su vida y, a pesar de todo, la quiere, la respeta y le ofrece un camino de libertad y dignidad. Entonces ella se abre con humildad al don de Dios y dice: Señor, dame de esa agua.
Es en ese encuentro personal e íntimo con el Señor en el que la samaritana recibe y acoge lo que Jesús le está ofreciendo: el agua viva del amor de Dios. Y reconoce también que el corazón de Jesús es el pozo del que mana esa agua: Yo soy, el que habla contigo. Lo que viene después es el testimonio que hará la samaritana con entusiasmo y audacia. Por lo que ella les dijo, muchos en su pueblo empezaron a creer, hasta que, como sucede siempre en la transmisión de la fe, creyeron por sí mismos que Jesús es el Salvador del mundo. Y así fue como nacieron muchos adoradores en espíritu y en verdad.
+ Amadeo Rodríguez Magro
obispo de Plasencia
Evangelio
En aquel tiempo llegó Jesús a una ciudad de Samaria llamada Sicar: allí estaba el pozo de Jacob. Jesús, cansado del camino, estaba sentado junto al pozo. Era hacia la hora sexta. Llega una mujer de Samaría a sacar agua, y Jesús le dice: «Dame de beber». (Sus discípulos se habían ido al pueblo a comprar comida). La samaritana le dice: «¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana? (los judíos no se tratan con los samaritanos). Jesús le contestó: «Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: Dame de beber, le pedirías tú, y Él te daría agua viva». La mujer le dice: «Señor, si no tienes cubo y el pozo es hondo, ¿de dónde sacas el agua viva?; ¿eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados?» Jesús le contestó: «El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más tendrá sed: se convertirá dentro de él en un surtidor que salta hasta la vida eterna». La mujer le dice: «Señor, dame esa agua». Él le dice: «Anda, llama a tu marido». La mujer le contesta: «No tengo marido». Jesús le dice: «Tienes razón: has tenido cinco y el de ahora no es tu marido. En eso has dicho la verdad». La mujer le dice: «Señor, veo que eres un profeta». Jesús le dice: «Créeme, mujer. Se acerca la hora, ya está aquí, en que los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y verdad». La mujer le dice: «Sé que va a venir el Mesías, el Cristo; cuando venga, Él nos lo dirá todo». Jesús le dice: «Soy yo, el que habla contigo».
Juan 4, 5-42
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