YO soy mucho de la Montaña. Soy de la Montaña de toda la vida. De la mar de Castilla. De la que crió a media España con el Pelargón que Nestlé hacía en La Penilla. Soy de la Montaña del sobao pasiego.La que inventó la emigración antes que nadie y eso de los emprendedores antes que existiera tal palabra. Hablo de la Montaña de los montañeses de Sevilla y de los chicucos de Cádiz. La de los jándalos que se vinieron a trabajar a Andalucía con pantalón corto, se pasaron la vida detrás del mostrador de un almacén de ultramarinos o de una tienda de comestibles, durmieron debajo de ese mismo mostrador sin quitarse el babi de crudillo, ahorraron y cuando tuvieron un dinero se establecieron como comerciantes, con tiendas que pregonaban poemáticos nombres en recuerdo de su tierra: El Valle del Pas, La Flor de Toranzo, La Gloria de Villacarriedo. Esa es mi Montaña, qué Cantabria ni Cantabria.ANTONIO BURGOS.

miércoles, 13 de abril de 2011

Gonzalo Jiménez de Quesada

Conquistador español, en quien se da la más perfecta fusión del guerrero y el humanista. Biografía. Nació en 1510, probablemente en Córdoba, aunque también Granada se disputa su cuna. Hijo del lic. Jiménez y de Isabel de Quesada, hidalgos acomodados, que viven del ejercicio de la abogacía en Córdoba y más tarde en Granada. Ya joven ingresa en la Univ. de Salamanca para estudiar leyes y recibe el título de licenciado. En 1535, pasa a las Indias con el cargo de auditor general en la expedición organizada por Pedro Fernández de Lugo. Llega a Santa Marta. Fernández de Lugo le otorga el título de teniente general en 1536 y le confía la misión de emprender el descubrimiento de las cabeceras del río Grande en la cual han fracasado los españoles llegados con Bastidas a Santa Marta. El 5 abr. 1536 sale de Santa Marta, llevando en su expedición cinco naves, 700 infantes, 100 soldados de a caballo y tres capellanes, fray Domingo de Las Casas, dominico sevillano de 29 años, y dos clérigos, Antón de Lescámez y Juan de Legaspes. La expedición terrestre sigue la dirección SE, buscando las estribaciones occidentales de la Sierra Nevada para rehuir contacto con los indios chimilas y pasar los ríos por la parte más alta. En un mes alcanza el valle de Uparj o cauce del río Zazare. El 6 de abril parte la expedición fluvial y llega a Malambo. El 28 de julio alcanza a Talalameque y se cuentan 80 leguas desde Santa Marta. Allí se reorganizan las fuerzas de la expedición y esperan la flota. El 26 de agosto se reúnen las dos expediciones en Sompallón. En esta época, sus hombres, enfermos, hambrientos y diezmados, quieren regresar a Santa Marta. J. de Q. logra infundirles ánimo para proseguir la jornada. El 28 de octubre llegan a la Tora, a 150 leguas de Santa Marta. Llevan seis meses de viaje. Han perecido más de las dos terceras partes. Sólo son 200. Viendo síntomas de desaliento entre ellos, J. de Q. les arenga con el fin de levantar los ánimos. Noviembre y diciembre se pasan en preparaciones para continuar el ascenso en la Tora, donde se encuentran de nuevo las expediciones fluvial y terrestre. La flotilla debe esperar allí ocho meses, pasados los cuales, si no tiene noticias de la expedición, podrá regresar a Santa Marta. El lic. Gallegos, encargado de la flotilla, no obedece la orden. Se marcha un mes después con la expedición fluvial, río abajo, llevándose al capellán Juan de Legaspes. En una escala los indios le asaltan, le matan muchos hombres, hieren a otros, y él mismo recibe una flecha en el ojo. Llega a Santa Marta con sólo 20 hombres enfermos. El 17 de enero J. de Q. alcanza la tierra de Atún. Pasa el río Opón y trasmonta la cordillera, tras la cual encuentra un valle cultivado y poblado por muchos indios. Se descubre el valle y principio de la sierra de Opón. Allí apresan al cacique Opón y siguen con él hasta descubrir otro valle con un pueblo que bautizan con el nombre de la Grita, por la mucha que alzaron los indios en son de guerra. Oro, esmeraldas, sal, venados, conejos, curíes, sementeras de patatas (las primeras que encontraron en este reino), maíz, yucas y frutas varias les reconforta el ánimo y les llena los estómagos. Escuchan un idioma diferente. El 2 de marzo, J. de Q. hace el elogio de las maravillas que ofrecen las hermosas y extensas tierras de Chipatá, asiento del cacique del mismo nombre. El 4 mar. de 1537 el P. Las Casas celebra allí la primera Misa que se dijo en este reino. Se pasa lista y responden 166 hombres. Hay 69 caballos. Se reanuda la marcha por los actuales sitios de Vélez y Barbosa hasta llegar a Lenguazaque el 13 de marzo. J. de Q. prohíbe bajo pena de muerte quitar a los indios sus haberes a la fuerza. El 20 de abril llega a Muequetá o corte del zipa en Bacatá (o Funza). Emprende ahora formalmente la conquista del reino chibcha, que culmina en 1538 con la fundación del que llamó Nuevo Reino de Granada y de las ciudades de Santa Fe (hoy Bogotá), Tunja y Vélez. En 1539, en compañía de los conquistadores Sebastián de Belalcázar (v.) y Nicolás de Federmann, que venían en pos del mismo territorio conquistado por él, vuelve a España a dar cuenta al rey de lo descubierto. Regresa en 1551 con los títulos de mariscal y regidor de la ciudad de Santa Fe. En 1568, consiguió del rey el título de adelantado con renta anual de la real caja y encomienda de indios. M. en la ciudad de Mariquita (Colombia) en 1579. Sus restos reposan en la catedral de Bogotá. Actuación en la conquista del Nuevo Reino de Granada. A pesar de ser J. de Q. un conquistador, es oportuno subrayar que todos sus actos respondieron a principios humanísticos. En la arenga que dirigió a Sacrezazipa, jefe indígena, expresa el fin que le llevó a la conquista del Nuevo Reino de Granada: «Porque has de saber que el Papa, monarca soberano que por el poder de Dios tiene suprema autoridad sobre todos los hombres y reinos de la tierra, tuvo por bien darle al rey de España este nuevo mundo, para que en él sucediesen sus herederos, con fin de que las gentes bárbaras que lo habitan y tan ciegas viven en sus idolatrías fuesen instruidas y adoctrinadas en nuestra santa fe católica, reconociendo sólo un Dios autor de todo lo criado, de cuyo poder depende el premio y castigo eterno; y así por cumplir las órdenes de nuestro rey, que son en conformidad de la voluntad del Papa, hemos venido descubriendo varias provincias, ofreciendo toda amistad a sus moradores, aunque los efectos han sido muy diferentes con aquellos que no han querido admitir la paz». De esta supuesta misión que se atribuye J. de Q. se desprende la actitud que solía tener con los indios y que bien pone de manifiesto fray Pedro Simón a propósito de los tratos de paz que tuvo el conquistador con el cacique de Bogotá: «con todo eso, viendo aquella humildad con que venía pidiendo paz, trayendo en señal de ella aquellos presentes, se les había aplacado la cólera y quitado el enojo y que se quitaría más del todo, y quedarían en perpetua amistad, sin acordarse de lo pasado, si el Bogotá dejaba aparte su demasiada arrogancia, le venía a visitar para dar ambos juntos orden al asiento de las paces y firme amistad, y que le daría a entender muchas cosas que tenía que tratar, así tocante a las cosas de su alma y las de sus vasallos, como de las que tocaban al conocimiento del rey y señor por quien él era enviado». El juicio más destacado sobre la acción de J. de Q. en la conquista probablemente sea el del P. Aguado: «Algunos capitanes ha habido como fue el general Jiménez de Quesada, descubridor de este reino, y otros muchos sin él, que en sus primeras entradas han sido tan moderados que jamás han hecho ni consentido hacer demasías a los indios, mirando y considerando su ignorancia y las justas causas que para no sujetarse luego a los principios han tenido y tienen». Su ideología sobre la unidad cultural en el Nuevo Reino. Jiménez de Q. quiso que la raza indígena lograra afirmarse a través de las elevadas formas de la civilización trasplantada por él al territorio que había descubierto y conquistado contra cualquiera otra raza europea que pretendiera ganar al indio para una civilización diferente y ajena a la hispánica. Nada de extraño tiene que esta idea fuera concebida por un hombre de tan arraigado patriotismo, después de haberse entrevistado con Federmann y Belalcázar, que buscaban el mismo territorio conquistado por él. En aquel momento que simboliza en la historia colombiana la unidad de religión, de lengua y, por consiguiente, de ideales, descuella la grandeza religiosa y patriótica de este conquistador, que reclama con elevadas razones sus derechos a plantar en el área geográfica por él conquistada y en el espíritu de sus habitantes las elevadas formas de vida civilizada del Imperio de Carlos V. Su concepto de justicia y su política cristiana en el Nuevo Reino. En todo momento el soplo del humanismo alienta los discursos que dirige el conquistador y letrado a sus capitanes y soldados. «En el trato con los naturales -advierte a sus tropas- importa que nos reconozcan como hombres, no desmintamos con las obras lo racional de los propósitos; no faltemos a lo pactado y nos haremos superiores guardando palabra». Con esta trascendental y primera lección persigue el fundador de Bogotá que los indígenas se acostumbraran a ver en los españoles la dignidad de hombres y la superioridad de civilizados y de ellos aprendieran los principios de Derecho natural que ordena la fidelidad a los pactos. A su vez, los españoles deberían tener el concepto exacto de los aborígenes que representaban la base de toda una civilización, las energías potenciales para recibir la forma de nación y los sujetos aptos para edificar una sociedad. «Todas estas cosas -son palabras de J. de Q.- no ha de ser la violencia lo que las ha de conseguir, pues ésta antes suele destruir lo negociado, sino la confianza en Dios y la mano blanda, pues así los tendremos en todas las voluntades de todos los que encontremos, porque al fin son hombres como nosotros... y todo hombre tiene natural inclinación a ser amigo de quien le trata con amistad... y así de estos indios no hemos de tomar más de lo que nos quisieran dar... porque al fin todo cuanto vamos pisando es suyo por Derecho natural y divino y el dejarnos entrar es gracia que nos hacen y de justicia no nos deben nada». Obsérvese que su lenguaje se encuentra en consonancia con todos sus actos, los cuales siempre estuvieron subordinados a los conceptos de justicia natural y política cristiana. Su biblioteca. Poseyó una abundante y bien seleccionada biblioteca que, según el testimonio de los cronistas, debió de pasar a poder de los dominicos en Santa Fe. Varios autores han hecho resaltar este aspecto como sintomático de lo que iba a ser el movimiento cultural en el Nuevo Reino de Granada. Obras. Rafael Torres Quintero en su bibliografía de J. de Q. hizo una «enumeración completa (de las obras) publicadas y de las perdidas, aunque de estas últimas no se sepa siquiera si fueron concluidas». Estas obras, según la clasificación y anotación de Torres Quintero, son: 1539, Epítome de la Conquista del Nuevo Reino de Granada. Su primer editor (Marco Jiménez de la Espada) afirma: «Se guarda entre los papeles de nuestro Archivo Histórico. Procede de los llamados del Arca de Santa Cruz que pasaron, por muerte de este insigne cosmógrafo de Indias, a formar parte del rico depósito de documentos del expresado Consejo en octubre de 1572». 1539-47, Gran Cuaderno (perdido). Con este título han denominado los historiadores el desaparecido libro de apuntes originales de J. de Q. que el cronista Fernández de Oviedo afirmó haber tenido en sus manos. 1549, Indicaciones para el buen gobierno, en «Bol. de Historia y Antigüedades» 162, XIV (1922-23) 345-361. 1560-67, Anales del Emperador Carlos V. Las referencias del propio J. de Q. a esta obra suya, quizá no concluida, se repiten con gran frecuencia a través de todo El Antijovio. 1567, El Antijovio, publicado por primera vez por el Inst. Caro y Cuervo en 1952. 1567, Las diferencias de la guerra de los dos mundos (perdida). 1568, Ratos de Suesca. El P. Simón en sus Noticias historiales, Pról. al lector, PIX, dice que J. de Q. «escribió su descubrimiento y cosas de él en unos tomos que intituló Ratos de Suesca». Fundados en estos datos, casi todos los historiadores mencionan la obra de J. de Q., de cuyo paradero no se tiene noticia. 1572-75, Compendio historial. Son numerosos los testimonios de cronistas e historiadores acerca de ésta que parece haber sido la obra fundamental de J. de Q. sobre la conquista y que también desapareció. Valga por todas la noticia que dio el obispo Lucas Fernández de Piedrahita en el Prólogo de su Historia general del Nuevo Reino de Granada: «Me encontré en una de las librerías de la Corte con el Compendio historial de las conquistas del Nuevo Reino de Granada, que hizo, escribió y remitió a España el adelantado Gonzalo Jiménez de Quesada; pero con tan mala estrella que por más de ochenta años había pasado por los ultrajes de manuscritos entre el concurso de muchos libros impresos». 1576, Memoria de los descubridores y conquistadores que entraron conmigo a descubrir y conquistar este Nuevo Reyno de Granada, en Compendio histórico del descubrimiento y colonización de la Nueva Granada en Siglo decimosexto, por el coronel Joaquín Acosta, París 1848, apéndice, documento 2, 398-404. Sermones sobre Nuestra Señora para ser predicados los sábados de Cuaresma. El testimonio explícito sobre estos escritos del adelantado nos viene dado por el P. Simón en sus Noticias historiales, II, Bogotá 1891, 226. Dice el cronista que J. de Q. dejó en su testamento un legado cuya renta cobrarían el deán y cabildo de Santa Fe. Un cuaderno. Las referencias sobre este libro de apuntes, también desaparecido y de muy dudosa cronología, se encuentra en Juan de Castellanos y el P. Simón. Una traducción. Por las palabras de J. de Q. en el Antijovio se sabe ahora de esta desconocida obra. F. CARO MOLINA. Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991




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