La infanta Blanca -la novena de los doce hijo de Alfonso VIII de Castilla y Leonor de Inglaterra- nació en Palencia a principios de 1188. Por su madre, Blanca era nieta de Enrique II Plantagenet, rey de Inglaterra, y de Leonor de Aquitania -una de las mujeres más deslumbrantes de la Edad Media- esposa que había sido de Luis VII de Francia y de Enrique II de Inglaterra, y progenitora de dos reyes ingleses -Ricardo I Corazón de León y Juan I Sin Tierra-, de una reina de Castilla, Leonor, y de Matilde, duquesa de Sajonia y Baviera, y madre, a su vez, del emperador Otón IV.
Por un tratado entre Felipe II Augusto de Francia y Juan I de Inglaterra, mediante el cual ambos monarcas intentaban reconciliarse, se dispuso que el príncipe heredero de la Corona de Francia, Luis, se casara con una infanta de Castilla. Para mejor cumplir esa misión, en el invierno de 1200, sorprendentemente, Leonor de Aquitania -entonces una anciana de 80 años- llegó a Palencia con el fin de conocer a sus nietas y elegir la que ella considerara más adecuada. La escogida fue Blanca, una niña de 12 años, quien, tras despedirse para siempre de sus padres, los reyes de Castilla, hermanas y hermanos, marchó con su abuela a Francia.
Blanca, que había heredado de sus antepasados un carácter enérgico y autoritario y una gran vocación por la política, fue siempre eficaz consejera de su marido, Cuándo éste murió, el 8 de noviembre de 1226, a los 38 años, Blanca se convirtió en regente del trono de Francia, desde donde hubo de hacer frente a los numerosos problemas del país: la herejía de los albigenses, el acecho de Inglaterra y las presiones de una nobleza fuerte y ambiciosa, que no aceptaba ser gobernada por una mujer y, menos, extranjera.
Setecientos cincuenta años después de la muerte de Blanca de Castilla, Mariano González-Arnao Conde-Luque, historiador especializado en las relaciones hispano-británicas, recuerda en este número la vida de una mujer que acabaría convirtiendo su reino de adopción en una gran potencia europea.
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