YO soy mucho de la Montaña. Soy de la Montaña de toda la vida. De la mar de Castilla. De la que crió a media España con el Pelargón que Nestlé hacía en La Penilla. Soy de la Montaña del sobao pasiego.La que inventó la emigración antes que nadie y eso de los emprendedores antes que existiera tal palabra. Hablo de la Montaña de los montañeses de Sevilla y de los chicucos de Cádiz. La de los jándalos que se vinieron a trabajar a Andalucía con pantalón corto, se pasaron la vida detrás del mostrador de un almacén de ultramarinos o de una tienda de comestibles, durmieron debajo de ese mismo mostrador sin quitarse el babi de crudillo, ahorraron y cuando tuvieron un dinero se establecieron como comerciantes, con tiendas que pregonaban poemáticos nombres en recuerdo de su tierra: El Valle del Pas, La Flor de Toranzo, La Gloria de Villacarriedo. Esa es mi Montaña, qué Cantabria ni Cantabria.ANTONIO BURGOS.

domingo, 5 de junio de 2011

Solemnidad de la Ascensión del Señor




Solemnidad de la Ascensión del Señor


Evangelio

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos:
«Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Y vosotros sois testigos de esto.
Yo os enviaré lo que mi Padre ha prometido; vosotros quedaos en la ciudad, hasta que os revistáis de la fuerza de lo alto».
Después, los sacó hacia Betania, y levantando las manos, los bendijo. Y mientras los bendecía, se separó de ellos (subiendo hacia el cielo).
Ellos se volvieron a Jerusalén con gran alegría; y estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios.
Lucas 24, 46-53

Comentario

Escuchando de labios del Señor la invitación constante al amor como estilo de vida, vamos agotando las semanas de Pascua. Jesús ha ascendido a los cielos, sus discípulos le han visto desaparecer entre las nubes, pero no les queda tristeza: Volvieron a Jerusalén con gran alegría, con una impactante experiencia: que el Maestro ha vencido la muerte y que en Él se han cumplido las Escrituras; que ya hay motivo para la esperanza y razones para comprometerse. Los apóstoles conocían las maneras de actuar el Señor, las enseñanzas y la Palabra que predicó; les era notorio lo vivido cerca del Maestro, la exquisita obediencia al Padre, su auténtica y constante oración; también sabían de persecuciones, de su admirable humildad; habían sido testigos de los acontecimientos de dolor y muerte en cruz y, sobre todo, podían certificar que lo han visto resucitado. Sin embargo, comienzan tiempos nuevos; serán ellos los que deban abrir nuevos surcos.
El Señor ya les había advertido acerca de lo que les espera, les adelanta los acontecimientos para que no se atemoricen: «Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta los confines del mundo». Les está diciendo que no teman, que lo que les va a suceder será obra de Dios, no de ellos, aunque ellos serán los primeros en sorprenderse de las maravillas que hará Dios a través de sus personas. Las primeras comunidades cristianas han nacido de la fe en Cristo Jesús, a Quien se reconoce como el Mesías, el Señor exaltado. La fe de estas comunidades se deja notar por las distintas manifestaciones que dan de cara al exterior: en la predicación, en el testimonio de vida, en la persecución...
Un peligro que nos acecha, y no nos damos cuenta, es el que denunció el mismo evangelista san Lucas, al constatar un cierto cansancio de la comunidad cristiana, el cruzarse de brazos, bien por el largo recorrido que llevaba, o bien por haber tenido que soportar tantas dificultades, con el riesgo de caer en la monotonía, en la rutina o en la inconstancia. El peligro es real, muchos están desmotivados y arrastrados por las influencias del mundo y de la sociedad hacia las tranquilas orillas de la comodidad, y justificándose en que no tenemos arreglo. Es necesario despertar, y el mismo mensaje evangélico, del que somos portadores, nos da seguridad, garantía y confianza, nos hace ver la verdad: Jesucristo es el único Salvador, a pesar de que en los medios de comunicación te propongan muchos salvadores. Afrontemos el hoy de cada día con paciencia (Lc 8, 15; 21,19) y con perseverancia (Hechos 1, 14; 6, 4; 2, 42.46); todavía es tiempo de conversión (Hechos 2, 27.38; 17, 30). Se trata de saber que, por medio de las tribulaciones, se llega al reino de Dios (Hechos 14, 22); y de estar vigilantes, para no caer en la tentación.
Dios os bendiga.
+ José Manuel Lorca Planes
obispo de Cartagena
y AA de Teruel y Albarracín


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