YO soy mucho de la Montaña. Soy de la Montaña de toda la vida. De la mar de Castilla. De la que crió a media España con el Pelargón que Nestlé hacía en La Penilla. Soy de la Montaña del sobao pasiego.La que inventó la emigración antes que nadie y eso de los emprendedores antes que existiera tal palabra. Hablo de la Montaña de los montañeses de Sevilla y de los chicucos de Cádiz. La de los jándalos que se vinieron a trabajar a Andalucía con pantalón corto, se pasaron la vida detrás del mostrador de un almacén de ultramarinos o de una tienda de comestibles, durmieron debajo de ese mismo mostrador sin quitarse el babi de crudillo, ahorraron y cuando tuvieron un dinero se establecieron como comerciantes, con tiendas que pregonaban poemáticos nombres en recuerdo de su tierra: El Valle del Pas, La Flor de Toranzo, La Gloria de Villacarriedo. Esa es mi Montaña, qué Cantabria ni Cantabria.ANTONIO BURGOS.

domingo, 14 de agosto de 2011

XX Domingo del Tiempo ordinario



Estamos ante una situación que nos exige entrar muy a fondo en la lógica de la fe para poder entender por qué Jesús actúa de ese modo. Con cualquier simplificación podíamos cometer un serio error. Por un lado nos encontramos a Jesús en Tiro y en Sidón, en dos ciudades que superan los confines oficiales de Israel. Por tanto, ambas ciudades eran consideradas tierra de paganos. Eso significa que el Hijo de Dios no está sometido a ninguna frontera; al contrario, él siempre las abre para buscar, para descubrir otros horizontes para la salvación. Eso significa también que no hay ningún recinto que recoja en exclusividad a los que creen en Jesús y le siguen, sino que éstos han de acoger a los que no le conocen. Por eso, los discípulos de Jesús han de estar siempre dispuestos a salir en todas las direcciones para anunciar en todas partes el amor de Dios.

Sin embargo, si seguimos leyendo el texto, da la impresión de que Jesús contradice cuanto acabo de argumentar. Justamente en ese territorio abierto, una mujer cananea tiene que insistir una y otra vez, hasta cuatro veces, para ser atendida. Ni siquiera la actitud compasiva de los discípulos cambiaba la actitud del Señor. Y las razones que da Jesús para actuar así hacen suponer que esto sucede porque esa mujer no era una hija de Israel. En realidad, Jesús hace y dice lo que estaba establecido hasta entonces en el designio de Dios: que aún no había llegado el tiempo de los de fuera. Sin embargo, como veremos enseguida, ya hay una manera de romper esa frontera: se rompe por la fe. De ahí que el forcejeo de la cananea con Jesús, al final, se incline por la intervención misericordiosa del Señor con la curación de la hija de esta mujer pagana y profundamente creyente. Pero, ¿cómo explicar la aparente dureza de Jesús ante la súplica de la cananea? Es evidente que quiere madurar la fe de esta mujer.

En realidad, Jesús se da cuenta enseguida de que está ante una creyente. Por eso quiere que aflore su fe honda e inteligente, como así ocurrirá en ese diálogo que, aunque parezca duro, en realidad saca a la luz todo lo que la pagana cananea lleva en su corazón: una fe que merece no sólo el elogio del Señor, sino también el éxito de su oración: «¡Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas»!

ón y que le confiesa como el Señor que ha venido a traer la salvación del mundo, Jesús se abre a los paganos y los hace participar de los bienes del Reino. Desaparece de hecho cualquier frontera que impida participar en el amor de Dios. Por eso, tras su resurrección, Jesús enviará a sus discípulos a todos los pueblos.



+ Amadeo Rodríguez Magro

obispo de Plasencia



Evangelio



En aquel tiempo, Jesús salió y se retiró a la región de Tiro y Sidón. Entonces una mujer cananea, saliendo de uno de aquellos lugares, se puso a gritarle: «¡Ten compasión de mí, Señor Hijo de David! Mi hija tiene un demonio muy malo».

Él no le respondió nada. Entonces los discípulos se le acercaron a decirle: «Atiéndela, que viene detrás gritando».

Él les contestó: «Sólo he sido enviado a las ovejas descarriadas de Israel».

Ella se acercó y se postró ante Él diciendo: «¡Señor, ayúdame!»

Él le contestó: «No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos».

Pero ella repuso: «Tienes razón, Señor; pero también los perritos se comen las migajas que caen de la mesa de los amos».

Jesús le respondió: «Mujer, ¡qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas!»

ócurada su hija.



Mt 15, 21-28
 
 

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