YO soy mucho de la Montaña. Soy de la Montaña de toda la vida. De la mar de Castilla. De la que crió a media España con el Pelargón que Nestlé hacía en La Penilla. Soy de la Montaña del sobao pasiego.La que inventó la emigración antes que nadie y eso de los emprendedores antes que existiera tal palabra. Hablo de la Montaña de los montañeses de Sevilla y de los chicucos de Cádiz. La de los jándalos que se vinieron a trabajar a Andalucía con pantalón corto, se pasaron la vida detrás del mostrador de un almacén de ultramarinos o de una tienda de comestibles, durmieron debajo de ese mismo mostrador sin quitarse el babi de crudillo, ahorraron y cuando tuvieron un dinero se establecieron como comerciantes, con tiendas que pregonaban poemáticos nombres en recuerdo de su tierra: El Valle del Pas, La Flor de Toranzo, La Gloria de Villacarriedo. Esa es mi Montaña, qué Cantabria ni Cantabria.ANTONIO BURGOS.

domingo, 18 de septiembre de 2011

XXV Domingo del Tiempo ordinario


Aunque esta parábola está maravillosamente contada en todos sus detalles, si no entramos en la mente de Dios, nunca podremos comprender lo que Jesús pretende decirnos. De hecho, al leerla, seguramente nos quedará la sensación de haber escuchado la historia de una cierta injusticia, al menos según los criterios humanos. Nada más lejos de la realidad, todo se hace según la más estricta justicia, pero divina. Por eso apelo a pedir la gracia de llegar a comprender la justicia de Dios. En cualquier caso, recordemos lo que dice también la primera lectura de la Eucaristía de este domingo: Mis planes no son vuestros planes, vuestros caminos no son mis caminos.

Entremos, pues, en los planes de Dios para, al menos, intentar comprender; de lo contrario, no nos va a resultar nada fácil: sólo se entra en los planes de Dios participando de su vida. En realidad, para comprender la parábola hay que situar nuestra vida en Dios, en su amor misericordioso. Sólo desde la humilde aceptación del amor de Dios, nuestros criterios se vuelven generosos. Sólo la gratitud nos permite aceptar la generosidad de Dios. De lo contrario, nuestra vida se instala en la cicatería, esa que no nos permite comprender la conducta del propietario que contrata a cualquier hora y paga a todos por igual aunque hayan trabajado menos. Jesús nos dice que, cada vez que cualquiera de nosotros se expone, sea cual sea el momento de su vida, en la plaza, por la que Dios pasa para llamarnos a la fe y a la vida en Cristo, merece un salario que siempre tiene como único y más alto tope la generosidad infinita de Dios. Nos recuerda que lo que cuenta ante Dios no es la cantidad de los años de Bautismo, sino la humildad del corazón para aceptar su poder salvador. Jesús abre también nuestra mente y nuestro corazón a un estilo misionero, que nos permita colaborar con Él en su llamada a nuestros hermanos: nos dice que su calendario no conoce la prisa, que siempre hay tiempo para encontrarle: «Mira, estoy de pie a la puerta y llamo. Si alguien escucha mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo» (Ap 3, 20).

Censura, por tanto, Jesús la actitud de los descontentos con la bondad divina, creyéndose más dignos de recibir el salario que los que han sido llamados a otras horas del día. Hace ver también que lo que cuenta no es la duración del trabajo, sino la respuesta de amor al amor gratuito de Dios. Si acogemos la invitación de Dios a trabajar por hacer un mundo según los designios divinos, siempre recibiremos el denario de Su amor salvador; es decir, el más alto tope salarial. Jesús nos pone en guardia frente al egoísmo de nuestro corazón que, al no aceptar que Dios es igualmente bueno con todas sus criaturas, devalúa el valor del denario primero, que también nosotros recibimos gratis. Sólo la gratitud del corazón valora en su justa medida lo recibido de Dios.



+ Amadeo Rodríguez Magro

obispo de Plasencia


Evangelio

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: «El reino de los cielos se parece a un propietario que, al amanecer, salió a contratar jornaleros para su viña. Después de ajustarse con ellos en un denario por jornada, los mandó a la viña. Salió otra vez a media mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin trabajo, y les dijo: Id también vosotros a mi viña, y os pagaré lo debido. Ellos fueron. Salió de nuevo hacia mediodía y a media tarde, e hizo lo mismo. Salió al caer la tarde y encontró a otros, parados, y les dijo: ¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar? Le respondieron: Nadie nos ha contratado. Él les dijo: Id también vosotros a mi viña. Cuando oscureció, el dueño dijo al capataz: Llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los últimos y acabando por los primeros. Vinieron los del atardecer, y recibieron un denario cada uno. Cuando llegaron los primeros, pensaban que recibirían más, pero ellos también recibieron un denario cada uno. Al recibirlo, se pusieron a protestar contra el amo: Éstos últimos han trabajado sólo una hora y los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el bochorno. Él replicó a uno de ellos: Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno? Así, los últimos serán los primeros; y los primeros, los últimos».



Mateo 20, 1-16
 
 
 
 

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