YO soy mucho de la Montaña. Soy de la Montaña de toda la vida. De la mar de Castilla. De la que crió a media España con el Pelargón que Nestlé hacía en La Penilla. Soy de la Montaña del sobao pasiego.La que inventó la emigración antes que nadie y eso de los emprendedores antes que existiera tal palabra. Hablo de la Montaña de los montañeses de Sevilla y de los chicucos de Cádiz. La de los jándalos que se vinieron a trabajar a Andalucía con pantalón corto, se pasaron la vida detrás del mostrador de un almacén de ultramarinos o de una tienda de comestibles, durmieron debajo de ese mismo mostrador sin quitarse el babi de crudillo, ahorraron y cuando tuvieron un dinero se establecieron como comerciantes, con tiendas que pregonaban poemáticos nombres en recuerdo de su tierra: El Valle del Pas, La Flor de Toranzo, La Gloria de Villacarriedo. Esa es mi Montaña, qué Cantabria ni Cantabria.ANTONIO BURGOS.

domingo, 27 de noviembre de 2011

Primer Domingo de Adviento


Tiempo de esperanza

Comenzamos un nuevo Año Litúrgico, con el primer domingo de Adviento. Tiempo de esperanza. Vivimos en un ambiente complejo y lleno de temores por los problemas del día a día, por los conflictos a gran escala o por la crisis que atraviesa la sociedad en diversas formas. Y todo ello genera una continua incertidumbre ante el futuro. Como cristianos, formamos parte de este mundo y participamos de la tensión, de la inquietud y de las ansiedades ante el futuro del ser humano y del mundo. Pero, por encima de todo, el cristiano es el hombre de la esperanza.

Este primer domingo de Adviento está profundamente marcado por un llamamiento solemne a la vigilancia. San Marcos incluye hasta tres veces el mandamiento de velar en las palabras de Jesús. Y la tercera vez lo hace con una cierta solemnidad: «Lo que os digo a vosotros, lo digo a todos. ¡Velad!» No es sólo una recomendación ascética, sino una llamada a vivir como hijos de la luz y del día. Esto forma parte de la realidad básica de nuestra vida cristiana, de la coherencia de nuestra fe y de nuestro amor.

Adviento significa venida, la venida del Señor. Venir es hacerse presente. Se hizo presente en la tierra con la Encarnación, naciendo de la Virgen, viviendo entre los hombres como uno de tantos. Se hace presente ahora por medio de la gracia, invisiblemente, a los ojos de la fe y de la experiencia cristiana de la fe. Se nos hará presente en visión y experiencia espiritual después de nuestra muerte. Él está presente entre nosotros para que podamos alcanzar con Él la intimidad más perfecta. La disposición fundamental y la virtud que hemos de ejercitar es la esperanza.

Nos preparamos para conmemorar en Navidad el inicio de su venida: la Encarnación, el Nacimiento, su paso por la tierra. Pero Jesús no nos ha dejado nunca. Se ha quedado en este mundo de diferentes maneras: en la Eucaristía, en la Iglesia, en los pobres, en los acontecimientos, en el corazón de los fieles.

¿Cómo hemos de vivir este tiempo los cristianos? Todos estamos invitados a hacer nuestro proyecto personal de Adviento. Este proyecto ha de ser, sobre todo, un propósito de acogida del Señor que viene. Toda venida comporta una acogida, que consiste, en primer lugar, en la esperanza, en el deseo confiado de que Él venga. También hemos de reavivar nuestra confianza en Él. La confianza que nace de la seguridad de la persona que se siente amada. La palabra de Isaías, que escuchamos en este tiempo, se articula en una plegaria confiada: «Tú eres nuestro Padre; nosotros somos la arcilla y Tú el alfarero».
 
+ Josep Àngel Saiz Meneses

obispo de Terrassa

 
Evangelio

 
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos:

«Estad atentos, vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento.

Es igual que un hombre que se fue de viaje, y dejó su casa y dio a cada uno de sus criados su tarea, encargando al portero que velara.

Velad entonces, pues no sabéis cuándo vendrá el señor de la casa, si al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer: no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos.

Lo que os digo a vosotros, lo digo a todos: ¡Velad!»

Marcos 13, 33-37


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