Imposible pasar de largo sin comprarlos...
"...Era mágica la barrica de sardinas arenques. Como un redondo sol que tuviera dentro la olorosa plata de la salazón. Con aquellos nervios de juncos que iban bordeándola para abrazar sus duelas. Los dos tonos de la madera. La blanquecina madera de las duelas de la barrica y la madera color caoba de aquellos gruesos juncos de los nervios que las unían. Miro ahora en el supermercado la barrica de nuestros recuerdos de la tienda de comestibles del barrio, del almacén de ultramarinos, del comercio de coloniales... Qué bellas palabras: ultramarinos, coloniales... El mundo de la mar de los tebeos, de las novelas de Emilio Salgari, de la película de La Isla del Tesoro... Coloniales con los babis de crudillo de los dependientes, ultramarinos con aquellos prodigios del mostrador: la cizalla para cortar el bacalao, la máquina para llenar las botellas de aceite a granel, el largo, ceremonial cuchillo del jamón que se compraba para los que estaban enfermos del pecho y en tan exiguas cantidades que los cortaban con un rito:
--- Luis, dame cien gramos de jamón, que está mi niño malo...
Nos hemos comido océanos enteros de sardinas arenques. El papel de estraza, el quicio de la puerta, el chasquido, hasta nos divertíamos con aquel olor a sal de nuestra hambre. Si nuestras gargantas están fuertes, es de la cantidad de raspas de sardinas arenques que durante generaciones tuvieron que hacer pasar:
--- Come pan, hijo, para echarla para abajo...
Y comíamos el pan, y todo era muy triste, bajo la bombilla del rojo filamento, donde el olor de la salazón se mezclaba con el de las coles chapoteando en la olla. Me consuelo pensando que quizá fuera necesario que comiéramos tantas sardinas arenques para que los niños puedan ahora preguntar qué es esa barrica del supermercado:
--- Pues anda que no he comido yo sardinas arenques, hijo..."
Antonio Burgos
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