YO soy mucho de la Montaña. Soy de la Montaña de toda la vida. De la mar de Castilla. De la que crió a media España con el Pelargón que Nestlé hacía en La Penilla. Soy de la Montaña del sobao pasiego.La que inventó la emigración antes que nadie y eso de los emprendedores antes que existiera tal palabra. Hablo de la Montaña de los montañeses de Sevilla y de los chicucos de Cádiz. La de los jándalos que se vinieron a trabajar a Andalucía con pantalón corto, se pasaron la vida detrás del mostrador de un almacén de ultramarinos o de una tienda de comestibles, durmieron debajo de ese mismo mostrador sin quitarse el babi de crudillo, ahorraron y cuando tuvieron un dinero se establecieron como comerciantes, con tiendas que pregonaban poemáticos nombres en recuerdo de su tierra: El Valle del Pas, La Flor de Toranzo, La Gloria de Villacarriedo. Esa es mi Montaña, qué Cantabria ni Cantabria.ANTONIO BURGOS.

domingo, 11 de diciembre de 2011

Tercer Domingo de Adviento



El Evangelio de este domingo nos presenta la respuesta de Juan el Bautista cuando algunos le preguntan sobre su identidad. Entre otras cosas, les contesta: ÒEn medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, que existía antes que yo y al que no soy digno de desatar la correa de la sandaliaÓ. Está en medio de nosotros, con nosotros, pero muchos no le conocen, y aparentemente parece que no tienen interés por conocerlo. ¿Cómo es posible este desconocimiento y esta falta de interés? No podemos olvidar que el ser humano es impulsado por su propia naturaleza a buscar la verdad. Así ha sido a lo largo de la Historia. Ha buscado la verdad, ha buscado el sentido de las cosas y, sobre todo, el sentido de su vida. En todas las culturas encontramos las preguntas fundamentales sobre la propia identidad, sobre el origen y el final de la vida, sobre el mal y la muerte, sobre el más allá. Y quien busca la verdad y el bien, en el fondo está buscando a Dios, y si su búsqueda es seria y coherente, acaba encontrando a Dios. También es evidente que todo ser humano desea ser feliz y se entrega con ilusión a proyectos y actividades esperando saciar su sed de felicidad. Pero, una y otra vez, experimenta la insatisfacción y un vacío interior que los bienes materiales no pueden llenar, y se pregunta por qué no es feliz teniéndolo todo. Es que sólo Dios puede saciar su sed de trascendencia; sólo en Dios puede encontrar la felicidad que anhela su corazón, sólo en Él, la alegría plena que rezuma la liturgia de la Palabra de este tercer domingo de Adviento.

En medio de vosotros hay uno al que no conocéis. La existencia humana es como un camino de crecimiento y maduración en el que vamos experimentando las grandezas, y también las limitaciones de la vida humana: la contingencia, el dolor, la enfermedad, la soledad, la pérdida de sentido y de esperanza. Hay contemporáneos nuestros que quizá no le conocen, pero son personas honestas, que buscan la verdad y procuran hacer el bien. No me cabe la menor duda de que, tarde o temprano, se encontrarán con Dios, se encontrarán con Cristo. Porque Él es la Verdad y el Bien.

En medio de nosotros hay uno al que muchos no conocen, y otros deberíamos conocer más y mejor. Por eso hemos de estar atentos al paso de Dios por la vida, a la venida del Señor. Como Juan Bautista, estamos llamados a ser los testigos de Cristo, los testigos de la Luz, los testigos de la Verdad en la universidad, en la oficina, en la fábrica, en las diferentes ocupaciones. No podemos pactar jamás con la mediocridad ambiental, ni caer en la tentación de las componendas. Vivir en la Verdad, transparentar a Cristo Verdad, sin imposiciones, porque la luz y la verdad no se imponen, pero con la conciencia clara de la misión de ser testigos de la Verdad.

+ Josep Ëngel Saiz Meneses

obispo de Tarrasa


 
Evangelio

Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. No era él la luz, sino el que daba testimonio de la luz.

Y éste es el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a Juan, a que le preguntaran: «¿Tú quién eres?» Él confesó y no negó: «Yo no soy el Mesías». Le preguntaron: «Entonces, ¿qué? ¿Eres tú Elías?» Él dijo: «No lo soy». «¿Eres tú el Profeta?» Repondió: «No». Y le dijeron: «¿Quién eres, para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado? ¿Qué dices de ti mismo?» Él contestó: «Yo soy la voz que grita en el desierto: Allanad el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías». Entre los enviados había fariseos y le preguntaron: «Entonces, ¿por qué bautizas, si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?» Juan les respondió: «Yo bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia».

Esto pasaba en Betania, en la otra orilla del Jordán, donde estaba Juan bautizando.



Jn 1, 6-8. 19-28
 

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