YO soy mucho de la Montaña. Soy de la Montaña de toda la vida. De la mar de Castilla. De la que crió a media España con el Pelargón que Nestlé hacía en La Penilla. Soy de la Montaña del sobao pasiego.La que inventó la emigración antes que nadie y eso de los emprendedores antes que existiera tal palabra. Hablo de la Montaña de los montañeses de Sevilla y de los chicucos de Cádiz. La de los jándalos que se vinieron a trabajar a Andalucía con pantalón corto, se pasaron la vida detrás del mostrador de un almacén de ultramarinos o de una tienda de comestibles, durmieron debajo de ese mismo mostrador sin quitarse el babi de crudillo, ahorraron y cuando tuvieron un dinero se establecieron como comerciantes, con tiendas que pregonaban poemáticos nombres en recuerdo de su tierra: El Valle del Pas, La Flor de Toranzo, La Gloria de Villacarriedo. Esa es mi Montaña, qué Cantabria ni Cantabria.ANTONIO BURGOS.

sábado, 17 de marzo de 2012

La Curra, cantinera de la Legión Española

 


Artículo de Moisés Domínguez: «La historia de “La Curra”, la Cantinera de la IV Bandera de la Legión que tomó Badajoz en 1936»: 

Las cantineras siempre han sido una seña de identidad en el Tercio. Decía José Larios al respecto: «A los legionarios les ha acompañado siempre un pequeño ejército de mujeres o cantineras que les hace la comida, les lava y les remienda la ropa, cuida sus heridas y, si hace falta, lucha junto a ellos. Son mujeres recias, de mucho ánimo, valientes como leonas» (Memorias de un piloto de caza: 1936-1939, p. 59). Hasta la fecha nadie había dado con aquella cantinera que siguió a la IV Bandera de la legión por los caminos de la Baja Extremadura en aquel caluroso verano de 1936. Ha sido mi propósito descubrir a esa «legionaria» ¿Quién era aquella mujer que tanto valía para un cosido como un descosido, que atendida con tanta presteza a los heridos y moribundos legionarios como servía el vino aguado y aguardiente a los novios de la muerte? 


Aquella simpática mujer de ojos vivarachos era conocida por los legionarios como «La Curra». Era muy poquita cosa, huesos pegados a una piel casi transparente en la que la camisa legionaria escotada no dejaba vislumbrar nada pues nada tenía que ofrecer. Con un cabello negro y rizado que quitaba el suspiro a los legionarios. Los tenía bien puesto pues era capaz de dar una soberana bofetada al más veterano patilludo legionario cuándo estos se sobrepasaban en sus ímpetus amorosos. Llevaba la gobernanza de su cantina con tanta o más disciplina que la impuesta en el tercio. Los legionarios la respetaban como a una madre. A pesar de su ferviente fe, tenía una lengua viperina y más cuando le daba por achantar las penas con el anisete. Lo que aquella desmirriada soltaba por su lengua cuando el prive hacia estragos en su corazón valeroso era de órdago ni el más bruto legionario se ponía a su altura. Qué lengua… «Rezaba, creía y por lo menos, temía a Dios; aunque luego abriese los brazos al mismísimo Diablo».  

on sus ayudantes y socias La Asturiana, una mujer jamonera y que ponía a los legionarios a cien por hora y Dora, «una guapísima rubia de ojos negros», llevaban la limpieza de la cantina del destacamento en Dar Riffien y posteriormente siguieron a la IV Bandera cuando esta pasó el estrecho en julio de 1936. La Curra tenía una disposición para el trabajo incansable, buena cocinera, llevaba la colada y colaboraba en la enfermería cuidando enfermos; pero también durante la contienda civil estuvo siempre en primera línea de fuego. Ese aspecto me llamó mucho la atención. En 1955 un ex legionario que fue de la 13 Bandera nos dejo esta impresión sobre esta menuda mujer: «Llevaba los galones de cabo que Castejón le impusiera por su valor en las operaciones sobre Badajoz; entonces iba La Curra en la muy heroica y brava Cuarta Bandera de la Legión» («Nostalgias de un ex legionario», Revista Ilustrada del África Occidental Española 

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