YO soy mucho de la Montaña. Soy de la Montaña de toda la vida. De la mar de Castilla. De la que crió a media España con el Pelargón que Nestlé hacía en La Penilla. Soy de la Montaña del sobao pasiego.La que inventó la emigración antes que nadie y eso de los emprendedores antes que existiera tal palabra. Hablo de la Montaña de los montañeses de Sevilla y de los chicucos de Cádiz. La de los jándalos que se vinieron a trabajar a Andalucía con pantalón corto, se pasaron la vida detrás del mostrador de un almacén de ultramarinos o de una tienda de comestibles, durmieron debajo de ese mismo mostrador sin quitarse el babi de crudillo, ahorraron y cuando tuvieron un dinero se establecieron como comerciantes, con tiendas que pregonaban poemáticos nombres en recuerdo de su tierra: El Valle del Pas, La Flor de Toranzo, La Gloria de Villacarriedo. Esa es mi Montaña, qué Cantabria ni Cantabria.ANTONIO BURGOS.

martes, 16 de marzo de 2010

Los Raqueros


Monumento a los Raqueros, en el Muelle de Calderón de Santander



Los raqueros los describe José María de Pereda.Eran niños marginales, huérfanos o de extracción humilde, que frecuentaban los muelles de Santander durante el siglo XIX y principios del XX sobreviviendo de pequeños hurtos y de las monedas que los pasajeros y tripulantes de los barcos arrojaban al mar para que las sacasen buceando.
Según los habitantes de esta zona de la ciudad, el nombre de los raqueros se deriva del apelativo aportado por los tripulantes y pasajeros de los barcos ingleses en los que robaban, pronunciado castellanizado como raquers. Con el tiempo, estos niños llegaron a ser una atracción. Pescaban y pasaban el día en el muelle, bañándose generalmente desnudos o semidesnudos. La gente les tiraba monedas ("perras") al agua para que las sacaran buceando, y se les pagaba por rescatar cosas que caían desde el muelle, como sombreros, alpargatas, etc.

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