YO soy mucho de la Montaña. Soy de la Montaña de toda la vida. De la mar de Castilla. De la que crió a media España con el Pelargón que Nestlé hacía en La Penilla. Soy de la Montaña del sobao pasiego.La que inventó la emigración antes que nadie y eso de los emprendedores antes que existiera tal palabra. Hablo de la Montaña de los montañeses de Sevilla y de los chicucos de Cádiz. La de los jándalos que se vinieron a trabajar a Andalucía con pantalón corto, se pasaron la vida detrás del mostrador de un almacén de ultramarinos o de una tienda de comestibles, durmieron debajo de ese mismo mostrador sin quitarse el babi de crudillo, ahorraron y cuando tuvieron un dinero se establecieron como comerciantes, con tiendas que pregonaban poemáticos nombres en recuerdo de su tierra: El Valle del Pas, La Flor de Toranzo, La Gloria de Villacarriedo. Esa es mi Montaña, qué Cantabria ni Cantabria.ANTONIO BURGOS.

jueves, 19 de agosto de 2010

Pichucas el del Muelle





"Pichucas el del muelle", fue un personaje muy popular en el Santander del siglo XIX.

El tal "Pichucas" era enemigo del pluriempleo,no trabajaba en nada, deambulando perezosamente por los muelles de madera próximos al embarcadero de pasajeros para conseguir algún socorro y comida de las tripulaciones de los barcos amarrados a las machinas,(Machina es una grua de grandes dimensiones que se usa en puertos y arsenales. En Santander hay una de estas, llamada también la grúa de piedra, que se ha conservado en una zona del puerto).
A la hora de retirarse para dormir, lo hacía en sus varios "domicilios": unas veces lo hacía en los soportales de las puertas de salida de la estación vieja de Bilbao, y otras en los vagones cuando apretaba el frío.
Curtido por las inclemencias del tiempo y pobremente arropado, con cara de mal humor y “espichando” palabrotas ordinarias, era mofa y burla de los que casi tan vagos como él por allí de continuo pululaban y que, muchas veces, no se contentaban con insultarle, sino que molestados por el grosero estribillo que siempre para todos tenía, unían a la palabra la agresión.
Al pobre Pedrín sus encarnizados perseguidores le decían:
Pedrín, ¡a la escuela! ¡Pichucas!, ¡papelitos cantan!...y Pedrín murmuraba entre dientes, pero claro, el final terminaba siempre así... tu madre...

Le defendían las cargadoras de los barcos que decían indignadas: ¡Probetuco, Pedrín!... Dejarle, grandullones, ¿no vos da vergüenza?... ¡Tírales una pedrada, Pichucas!
Y Pedrín, al oír otra vez lo de Pichucas, creído de que también ellas le insultaban, se revolvía contra sus defensoras con el consabido... tu madre..., y seguía susurrando palabras soeces.

Decían las malas lenguas del barrio pescador y de los muelles de carga que «Pichucas»y la «Matacocos» estaban casados por el procedimiento del botijo, o que por lo menos tuvieron juntos algún mal Rmomance".

La “Matacocos” era una pobre desgraciada que tenía su "oficina" enfrente del embarcadero de pasajeros, donde recibía donativos, y cuando escaseaba la llegada de clientes entretenía sus ocios dedicada al aseo personal, destruyendo a la cacea los parásitos que pululaban por su descuidada cabellera, destruyéndolos a falta de insecticida por el procedimiento del trisquido.
Lo cierto es que no ha quedado del improbable idilio más que estas vagas alusiones escritas en verso por algún humorista, en ocasión de presenciar “Pichucas” el aseo personal de su amada.

Del pelo, la "Matacocos",
mata cocos, junto al muelle,
y al verlo exclamó "Pichucas":
¡Hoy sí que voy a quererte!

Todavía perdura en la memoria de los maduros y hasta en la de otros más jóvenes, oído a sus padres y mayores, la frase popular: «Es más tonto que Pichucas».
Incluso todavía se dice.


http://jubilantes.hablarxhablar.info

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