YO soy mucho de la Montaña. Soy de la Montaña de toda la vida. De la mar de Castilla. De la que crió a media España con el Pelargón que Nestlé hacía en La Penilla. Soy de la Montaña del sobao pasiego.La que inventó la emigración antes que nadie y eso de los emprendedores antes que existiera tal palabra. Hablo de la Montaña de los montañeses de Sevilla y de los chicucos de Cádiz. La de los jándalos que se vinieron a trabajar a Andalucía con pantalón corto, se pasaron la vida detrás del mostrador de un almacén de ultramarinos o de una tienda de comestibles, durmieron debajo de ese mismo mostrador sin quitarse el babi de crudillo, ahorraron y cuando tuvieron un dinero se establecieron como comerciantes, con tiendas que pregonaban poemáticos nombres en recuerdo de su tierra: El Valle del Pas, La Flor de Toranzo, La Gloria de Villacarriedo. Esa es mi Montaña, qué Cantabria ni Cantabria.ANTONIO BURGOS.

jueves, 10 de febrero de 2011

La campana de Huesca




En el año 1134 fallece el rey de Aragón, Alfonso I el Batallador. El rey no tuvo descendencia y su testamento y sucesión levantaron ampollas entre los nobles y la Iglesia:

En nombre del bien más grande e incomparable que es Dios. Yo Alfonso, rey de Aragón, de Pamplona [...] pensando en mi suerte y reflexionando que la naturaleza hace mortales a todos los hombres, me propuse, mientras tuviera vida y salud, distribuir el reino que Dios me concedió y mis posesiones y rentas de la manera más conveniente para después de mi existencia. Por consiguiente temiendo el juicio divino, para la salvación de mi alma y también la de mi padre y mi madre y la de todos mis familiares, hago testamento a Dios, a Nuestro Señor Jesucristo y a todos sus santos. Y con buen ánimo y espontánea voluntad ofrezco a Dios, a la Virgen Marí­a de Pamplona y a San Salvador de Leyre, el castillo de Estella con toda la villa [...], dono a Santa Marí­a de Nájera y a San Millán [...], dono también a San Jaime de Galicia [...], dono también a San Juan de la Peña [...] y también para después de mi muerte dejo como heredero y sucesor mí­o al Sepulcro del Señor que está en Jerusalén [...] todo esto lo hago para la salvación del alma de mi padre y de mi madre y la remisión de todos mis pecados y para merecer un lugar en la vida eterna…

Dejaba el reino de Aragón a la Orden del Santo Sepulcro (otros también incluyen a las í“rdenes del Temple y el Hospital). Las órdenes recibieron algunas plazas, pero se acordó buscar una solución a este disparate. La solución fue nombrar sucesor a Ramiro, hermano de Alfonso, que estaba recluido en un monasterio. Ramiro II el Monje (el sobrenombre era evidente) se encontró con un reino asediado por los reinos de Castilla y de Navarra y con unos nobles que querí­an manipularle a su antojo.

El “Monje”, inexperto en las lides del gobierno, decidió pedir consejo al abad del Monasterio de Tomeras. Envió a un mensajero que se reunió con el abad en el huerto, después de plantear los problemas de Ramiro, el abad se limitó a cortar las ramas que sobresalí­an de un seto, sin decir nada. El mensajero no entendí­a nada, pero relato los hechos al rey. El “Monje” comprendió el mensaje del abad y convocó a la nobleza en Huesca. Los hizo pasar uno a uno y los fue decapitando hasta formar con sus cabezas un campana.

Dejó para el final al obispo de Huesca (unos dicen que era el peor de todos y otros que le daba una oportunidad para arrepentirse):

¿Qué os parece esta campana?, pregunto el rey.

Le falta el badajo, contestó ufano el obispo.

La respuesta irritó al rey y le contestó:

Vuestra cabeza será el badajo.

El resto de nobles se dieron por enterados y el reino se apaciguó. Abdicó después de 17 años de reinado y se retiró al monasterio del que nunca (creo) le hubiese gustado salir.


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