Introducción a la figura de Doña Urraca
En un mundo de predominio masculino, en el que la condición femenina frecuentemente estaba lastrada por el tópico de la debilidad y la dependencia del hombre, llama la atención la habilidad, el carácter y la determinación de Doña Urraca, que manejó a la perfección la situación creada tras la muerte de su padre, Alfonso VI, que sin descendencia masculina, le reconocía todos sus derechos al trono, tal y como relata el anónimo cronista de Sahagún: "dexó el señorío de su reino a la dicha domna Urraca, su fixa".
El Chronicon Mundi, de Lucas de Tui y el De Rebus Hispaniae, de Rodrigo Jiménez de Rada, trataron de eclipsar su reinado, que salpicaron de connotaciones negativas para enturbiar la imagen de esta mujer a la que estudios posteriores han reconocido su condición de primera reina titular de la historia de España.
El matrimonio Doña Urraca con Raimundo de Borgoña
Para estrechar sus relaciones con Cluny, Alfonso VI no dudó en casar a sus hijas con nobles borgoñones. Así, cuando Urraca tenía apenas seis años, se prepararon los esponsales con Raimundo de Borgoña, conde de Amous, cuarto hijo del conde Guillermo de Borgoña, al que el monarca leonés había encomendado la regencia de Galicia. La boda se celebró probablemente en 1093, cuando la joven había cumplido los doce años. En esta misma fecha murió su madre, Constanza, que pertenecía también a la familia ducal de Borgoña y nació Sancho Alfónsez, su hermanastro, lo que complicaba sus aspiraciones políticas.
Como consecuencia de su matrimonio, Urraca se traslada al ámbito gallego, donde incluso llega a tener su propia corte, en la que aparece como notario Diego Gelmírez, quien luego se convertiría en arzobispo de Compostela. Fruto de la unión con el conde borgoñón, tendrá dos hijos, Sancha y Alfonso Raimúndez, futuro Alfonso VII.
En 1107 es legitimado como heredero el único descendiente masculino directo de Alfonso VI, Sancho Alfónsez, lo que constituye un varapalo para las aspiraciones políticas de Urraca, que se agravarían con la inminente muerte, ese mismo año, de su marido Raimundo de Borgoña. La joven ve multiplicadas sus responsabilidades, pues desde entonces aparece en los diplomas como señora de toda Galicia, pero oscuros nubarrones se cernían sobre su futuro.
El matrimonio de Urraca con Alfonso I "El Batallador"
En la batalla de Uclés, en 1108, muere Sancho Alfónsez. Los problemas sucesorios vuelven a atormentar a Alfonso VI, que ve cómo su descendencia masculina desaparece. Urraca se convierte en la heredera universal, pero su condición de viuda resulta un serio inconveniente en un mundo dominado por hombres, por lo que era necesario buscarle un marido.
El candidato elegido fue Alfonso I "El Batallador", el poderoso rey de Aragón y Navarra. La urgencia militar, provocada por una nueva incursión almorávide en la meseta, y la necesidad de asegurar la descendencia castellano-leonesa, precipitaron la resolución de un enlace de gran calado político, pero sin la necesaria programación. Por otra parte, el deseo de Doña Urraca era el de contraer matrimonio con Gómez González, conde castellano con quien mantenía una relación amorosa de la que nacieron dos bastardos, pero nuevamente tuvo que sacrificar sus preferencias por el bien de la corona, lo que unido al carácter de su futuro marido, dio origen a una tormentosa relación que terminaría por hacer fracasar el pacto.
En un primer momento, los esposos se aplicaron en diseñar una carta programática que regulase institucionalmente una monarquía con dos titulares para un imperio hispánico, el resultado fue la carta de arras de Alfonso I y la carta de donación de Urraca, ambas firmadas en diciembre de 1109 bajo el valimento de Pedro Ansúrez. En estas capitulaciones, ambos cónyuges se otorgaban recíprocamente el reconocimiento del dominatus y principatum sobre sus respectivos estados y vasallos, como fundamento para ejercer ambos la potestas en los dominios del otro.
De esta manera nació un modelo teórico que hizo aguas al aplicarse en la práctica. Mientras en Aragón y Navarra no hubo resistencia, en Castilla y León se produjeron innumerables problemas. La razón es que el imperio hispánico seguía el modelo feudo-vasallático y de encomienda personal navarro-aragonés. Además, las altas jerarquías eclesiásticas y nobiliarias buscarán el apoyo del poder temporal próximo, convirtiéndose en un importante elemento perturbador. Por otra parte, la intervención interesada de la Iglesia generó fisuras por las que afloraron conflictos sociales de carácter antiseñorial, cuyos actores se alineaban con la facción política que les fuera más propicia. Los burgueses, artesanos y comerciantes se agruparán como defensa frente a la presión señorial en hermandades. No faltaron las violentas revueltas campesinas, escasamente organizadas, pero altamente dañinas.
El devenir del Pacto de Unión
En un primer momento, los esposos se esforzaron en sostener el llamado Pacto de Unión. En 1110, Alfonso I interviene en Galicia para sofocar la rebelión del levantisco Pedro Froilaz, conde de Traba, que defendía los derechos de su pupilo, Alfonso Raimúndez. Sin embargo, una incursión almorávide sobre Toledo y Zaragoza, donde el gobernador Imad al-Dawla tiene que huir a Rueda del Jalón, obliga al monarca navarro-aragonés a acudir al frente este con ayuda de las tropas de Doña Urraca, momento que aprovecha el noble gallego para presentarse en León con el objetivo de proclamar rey al joven heredero, pero fracasa.
Ese mismo año se publican los anatemas pontificios contra el reciente matrimonio. El arzobispo de Toledo, Bernardo de Sédirac, partidario de Alfonso Raimúndez por su afinidad con Raimundo de Borgoña, había denunciado el enlace ante Roma por parentesco entre los contrayentes. Alfonso I responde iniciando una dura campaña contra el clero cluniacense, proclive a la Santa Sede, que aprovechan sectores contrarios a la señorialización eclesiástica.
A todo ello se han de unir las primeras desavenencias del matrimonio, lo que obliga a reformular el pacto. Cada monarca tendría el dominio de sus propios estados, pero con potestas en los del otro, lo que obligaba a que Urraca y Alfonso tuvieran posesiones desde dónde ejercerlas. Con este propósito, la leonesa parte hacia Huesca y el aragonés se titula rey de Toledo, León y Castilla. En marzo de 1111, Alfonso I expulsa al abad de Sahagún, Domingo, para situar a su hermano Ramiro y en abril destierra a Bernardo de Toledo. Poco a poco, el Batallador va situando tenentes y guarniciones en Castilla y León, lo que comienza a preocupar a Urraca, que se decide a comprar la sumisión de nobles aragoneses como García Sánchez y conspirar con magnates castellanos, como la casa de Lara, para contrarrestar el dominio de su esposo. Este gesto no gustó a Alfonso I, que la encarceló en el Castillo de Peralta, en Huesca.
Con el apoyo de Gómez González y Pedro González de Lara, la reina huye a Burgos. Alfonso I se dirige con ayuda de Enrique de Borgoña, regente de Portugal, contra los castellanos, a los que derrota el 26 de octubre de 1111 en Candespina, donde muere el amante de Urraca. El conde de Traba, que se había aproximado a la reina, toma posiciones en los alrededores de Carrión y el arzobispo Gelmírez aprovecha la situación para ungir rey en Santiago a Alfonso Raimúndez, ofreciendo a su madre la cosoberanía.
Doña Urraca, que comienza a plantearse reinar junto a su hijo, consigue el apoyo del interesado Enrique de Borgoña y cerca a Alfonso I en el castillo de Peñafiel. Sin embargo, las altas pretensiones de su hermanastra Teresa de Portugal, esposa del aliado borgoñón, obligan a la leonesa a protagonizar una nueva reconciliación con Alfonso I para anular los pactos de Palencia.
A finales de 1111, tropas enviadas por Gelmírez y el conde de Traba someten el bastión alfonsino en Lugo y avanzan hacia León, pero son frenados por el aragonés en Viadangos. De esta manera, Alfonso I afianzaba su dominio en Castilla, León, Toledo y las extremaduras, pero no en Portugal y Galicia, lo que aprovecha de nuevo Urraca para preparar la contraofensiva. Consigue de nuevo la alianza con Enrique de Borgoña, depone al alfonsino obispo de Mondoñedo y dispone un nutrido ejército compuesto por tropas portuguesas, castellanas y cluniacenses para atacar a Alfonso I, al que derrota en Astorga. Además, intenta otorgar aquiescencia a un legado pontificio que pretendía convocar un sínodo hispánico en 1112 para exhortar a la disolución del condenado matrimonio.
El 22 de mayo de 1112 muere Enrique de Borgoña. Sin dilación, Urraca aprovecha la ocasión para reeditar con su marido Alfonso los acuerdos de Valtierra de 1110 y contrarrestar la influencia portuguesa. Las posesiones aragonesas en Castilla y León se reducen, Urraca vuelve a Huesca y no se celebra el sínodo.
Poco duraría la estabilidad, ya que Galicia se rebela contra la reedición del pacto y exige el reconocimiento de Alfonso Raimúndez como rey. Gelmirez derrota en la ría de Vigo a un contingente cruzado enviado por Alfonso I y Teresa de Portugal, viuda de Enrique de Borgoña, pacta con el conde de Traba para proponer como rey a su hijo Alfonso Enriquez, nacido en 1109. Fortalecida, la hermanastra de la leonesa propone un pacto a Alfonso I para postergar a su mujer, con lo que en el verano de 1112 se olvida el pacto de Valtierra.
Urraca esgrime sus armas, la pontificia y la gallega. En febrero de 1113, un tribunal romano falla contra la legitimidad del matrimonio y en abril, los partidarios castellano-leoneses de Alfonso I son excomulgados por el Papa Pascual II. Con ayuda de nobles gallegos, reúne un ejército que toma el castillo de Burgos el 23 de junio de 1112, con lo que se restablece el equilibrio de fuerzas.
El rey aragonés vuelve a proponer la reedición del pacto, pero Urraca lo rechaza por la oposición de Gelmírez, quien la amenaza con la excomunión. El modelo del pacto tocaba a su fin. En octubre de 1114, el arzobispo de Toledo decreta la separación matrimonial definitiva. Pero este fracaso no suponía la renuncia al imperio hispánico, sino únicamente un cambio de instrumento. Alfonso I se centra en liderar la cruzada contra el Islam, proponiéndose como objetivo dominar los accesos a la cuenca del Duero desde sus tenencias de Castrogeriz, Carrión, Segovia y Toledo.
Urraca se centra en reducir el dominio jurisdiccional del arzobispo de Braga, Mauricio, obstáculo para el ascenso de Gelmírez y soporte de Teresa de Portugal; pero tiene problemas añadidos, las revueltas sociales con epicentro en Sahagún. En 1115 celebra una curia regia en Astorga donde convierte a su hijo Alfonso Raimúndez en rey asociado, otorgándole la misión de liderar la cruzada contra el Islam. El infante se asienta en Segovia y Toledo. El plan diseñado por la leonesa se cumplió a la perfección. Arrincona a los nobles gallegos de Tuy y Limia, que sostenían a su hermanastra en Portugal; consigue el apoyo del Papa para garantizar el regreso del abad Domingo a Sahagún y acorrala a los aragoneses en Carrión. Sintiéndose poderosa, Urraca trata de contrarrestar la influencia de Gelmírez y del conde de Traba jugando la baza del descontento social. Los burguenses sitian al arzobispo en Santiago, obligándole a pactar. Acto seguido, ataca a los nobles gallegos del sur, que resisten gracias al apoyo del conde de Traba y de la condesa Teresa.
En octubre de 1116, una curia regia aprobaba la concordia y lealtad entre Urraca y su hijo para ejercer el condominio del reino y a finales de ese año firma un acuerdo con Alfonso I para renunciar a sus derechos sobre la taifa de Zaragoza a cambio de que el aragonés se retirara del escenario castellano-leonés. Un concilio reunido en Burgos en 1117 decreta la condena definitiva al extinto matrimonio.
La lucha contra el Islam
Este nuevo acuerdo permitió a ambos monarcas continuar su lucha contra el Islam. Antes, Urraca debía sofocar la revuelta burguesa contra Gelmírez con un ejército mancomunado con ayuda de su hijo Alfonso Raimúndez y el conde de Traba. Una ofensiva almorávide sobre Coimbra en 1117 repliega las ambiciones de Teresa de Portugal, lo que permitió a Urraca recuperar su dominio en Zamora.
Acto seguido, la leonesa reorienta su política hacia Castilla, su idilio con el conde Pedro González de Lara, con quien concibió otros dos bastardos, hace que este linaje adquiera protagonismo en detrimento de la facción gallega.
Alfonso Raimúndez confirma los fueros de Toledo, intitulándose emperador, mientras que el arzobispo de Toledo reconquista en su nombre Alcalá de Henares, aunque pierde Coria. Por su parte, Alfonso I toma Zaragoza en 1118 y Tudela y Tarazona en 1119. En julio, Gelmírez sitia a Urraca en León para imponer a su hijo Alfonso como único rey. Alertada, la reina alcanza un acuerdo con Alfonso I en otoño de 1119 a través del que recupera protagonismo en Segovia y Burgos e inicia la repoblación de la extremadura soriana.
El 27 de febrero de 1120, Calixto II traslada la sede metropolitana de Mérida a Santiago, lo que supone un espaldarazo para Gelmírez. En marzo, el Papa escribía una circular a todas las autoridades civiles y eclesiásticas de Hispania para reforzar los derechos regios de Alfonso Raimúndez, lo que refuerza la colaboración entre Urraca y su antiguo marido.
En junio de 1120, Urraca sitia a la condesa Teresa de Portugal en Lanhosa, iniciando de nuevo una ofensiva contra los magnates gallegos en Tuy. Aprovechando la victoria, apresa a Gelmírez y toma su señorío, pero Alfonso Raimúndez y el conde de Traba lo liberan. Sólo la intervención ocasional de Alfonso I, que afianza la repoblación soriana a favor de Urraca, hace que las cosas no fueran a mayores. El precio que tuvo que pagar Castilla y León fue el renacimiento del hegemonismo aragonés.
Reparto de poderes
La agresiva política de Urraca en Galicia forzó la alianza entre Teresa de Portugal y el conde de Traba, lo que suponía el dominio de la condesa sobre el valle del Miño, entre Orense y Tuy. Mientras, Alfonso I crea en 1121 el obispado de Sigüenza y sitia Tardajos, en Burgos.
La reina leonesa se presenta de nuevo en Galicia con sus tropas para lograr un acuerdo con Alfonso Raimúndez y Gelmírez, pero el arzobispo le amenaza con un interdicto por agresiones a la libertad eclesiástica si se reconciliaba con su hijo. En 1122, madre e hijo firman un condominio con Teresa en el valle del Miño al que posteriormente se uniría Gelmírez por temor al poder creciente del conde de Traba, al que consiguen derrotar. Una vez solventado el problema gallego, Urraca gobierna en León y gran parte de Castilla y Alfonso Raimúndez lo hace en la Extremadura duriense occidental y Toledo.
Derrotado Alfonso I en la batalla de Corbins, en el frente leridano, Urraca y Alfonso Raimúndez se lanzan en noviembre de 1123 hacia tierras fronterizas segovianas y toledanas, asediando y conquistando Sigüenza en enero de 1124. Así se aseguraban las rutas hacia el valle medio del Ebro, por lo que Alfonso I optó por ceder Medinaceli. Los castellanos frenaron la ambición del aragonés por Segovia y Toledo y abrieron la vía hacia las sierras de Molina y Albarracín, camino de Levante.
Volvía así el equilibrio de poderes hasta el 8 de marzo de 1126, día en el que muere en Saldaña la reina Urraca, a la edad de 44 años, como consecuencia de las complicaciones de un parto. Gelmírez y gran parte de la nobleza gallega proclaman heredero a Alfonso Raimúndez, que firma el pacto de Tamara, el 31 de julio de 1127, con Alfonso I, por el que éste cede su título imperial y se restablecen los límites de ambas monarquías.
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(Autor del artículo/colaborador de ARTEGUIAS: Mario Agudo)
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