YO soy mucho de la Montaña. Soy de la Montaña de toda la vida. De la mar de Castilla. De la que crió a media España con el Pelargón que Nestlé hacía en La Penilla. Soy de la Montaña del sobao pasiego.La que inventó la emigración antes que nadie y eso de los emprendedores antes que existiera tal palabra. Hablo de la Montaña de los montañeses de Sevilla y de los chicucos de Cádiz. La de los jándalos que se vinieron a trabajar a Andalucía con pantalón corto, se pasaron la vida detrás del mostrador de un almacén de ultramarinos o de una tienda de comestibles, durmieron debajo de ese mismo mostrador sin quitarse el babi de crudillo, ahorraron y cuando tuvieron un dinero se establecieron como comerciantes, con tiendas que pregonaban poemáticos nombres en recuerdo de su tierra: El Valle del Pas, La Flor de Toranzo, La Gloria de Villacarriedo. Esa es mi Montaña, qué Cantabria ni Cantabria.ANTONIO BURGOS.

domingo, 2 de octubre de 2011

XXVII Domingo del Tiempo ordinario





Una vez más, Jesús recurre a la parábola y lo hace con una imagen que todos conocemos bien. ¿Quién no sabe lo que significa una viña para los que la cultivan? ¿Quién no conoce el mimo y la pasión que los propietarios y los profesionales que trabajan en ella ponen para que dé el vino deseado? Según parece, siempre ha sido así y, por eso, Jesús se hace entender por los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo, hablándoles de una viña amada y cuidada por su propietario. Ellos, que conocían la Escritura, seguramente habían escuchado muchas veces del profeta Isaías cómo era el amor de Dios por su viña y lo que esperó de ella y no recogió. Por eso, entenderían muy bien a Jesús cuando les describe los cuidados del propietario con su viña y cuando les hace ver la ingratitud de los arrendatarios, que no sólo se adueñan de la viña, sino que pudren las uvas. Otra cosa es que eso se lo apliquen a ellos mismos, lo que según parece no hicieron.

Jesús está retratando la actitud de los sumos sacerdotes y de los ancianos del pueblo, pero va más allá: está hablando de las relaciones de Dios con los hombres. En esta parábola, se remonta a la historia de la salvación, en la que ha ocurrido de todo; también el rechazo a los emisarios del dueño de la viña, los profetas. Y ahora les habla de lo que harán con el Hijo, es decir, con Él mismo. Porque la historia que cuenta Jesús es su propia historia. Él es el Hijo que padecerá y será crucificado fuera de los muros de Jerusalén. A los interlocutores les hace ver que, por haber rechazado y matado al Hijo, se quedarán sin viña, que pasará a manos de otros que den los frutos esperados.

la piedra desechada por los constructores, Dios ha construido, con el esmero de siempre, una nueva viña. Sobre Aquel que los hombres despreciaron se construye un nuevo Reino, que tiene como germen la Iglesia católica, viña del Señor, en la que Cristo crucificado y resucitado es la piedra angular. Los bautizados somos todos, por tanto, trabajadores de una nueva viña, en la que hemos de trabajar con amor y servicio y en la que hemos de sentirnos, como dijo de sí mismo el Papa Benedicto XVI, al asumir el ministerio de Pedro: Un humilde trabajador de la viña del Señor. Y todo, porque nuestra vida se apoya sobre Jesucristo, nuestra Roca, que no vino a ser servido sino a servir y a dar su propia vida en rescate por muchos. Con esa actitud de humildes trabajadores, cada uno de nosotros, sea cual sea nuestra vocación y el ministerio que realicemos, hemos de mostrar los frutos que se esperan de la viña que, con tanto amor y esmero, Dios ha plantado sobre la muerte y la resurrección de su Hijo Jesucristo. En esa viña se ha de cultivar, como exhorta san Pablo en su Carta a los Filipenses, todo lo que es noble, puro, justo y amable. De esa viña se han de esperar siempre frutos de santidad.

+ Amadeo Rodríguez Magro

obispo de Plasencia


Evangelio


En aquel tiempo dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los senadores del pueblo:

«Escuchad otra parábola:

Había un propietario que plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó en ella un lagar, construyó una torre, la arrendó a unos labradores y se marchó lejos. Llegado el tiempo de los frutos, envió sus criados a los labradores para percibir los frutos que le correspondían. Pero los labradores, agarrando a los criados, apalearon a uno, mataron a otro, y a otro lo apedrearon. Envió de nuevo otros criados, más que la primera vez, e hicieron con ellos lo mismo. Por último, les mandó a su hijo diciéndose: Tendrán respeto a mi hijo. Pero los labradores, al ver al hijo, se dijeron: Éste es el heredero; venid, lo matamos y nos quedamos con su herencia. Y, agarrándolo, lo sacaron fuera de la viña y lo mataron. Y ahora, cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores?»

Le contestan: «Hará morir de mala muerte a esos malvados y arrendará la viña a otros labradores que le entreguen los frutos a su tiempo».

Y Jesús les dice: «¿No habéis leído nunca en la Escritura: La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente? Por eso os digo que se os quitará a vosotros el reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos».

 
Mateo 21, 33-43
 

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