El comentario a este texto no se puede escribir poniendo distancia ante él. Necesariamente, hay que hacer examen de conciencia cada vez que se escucha a Jesús decir estas cosas. Es evidente que las dice en un contexto concreto, y tras la refriega que, según San Mateo, ha tenido con los escribas y fariseos, expertísimos en Sagrada Escritura y en asuntos religiosos. Lo que dice, en efecto, es para los que se sientan en la cátedra de Moisés, es decir, para los que son maestros de la ley, aunque tengan su corazón lejos de ella. Jesús denuncia la hipocresía de los que ponen cargas pesadas e insoportables en las espaldas de los hombres y, sin embargo, ellos se sitúan al margen de lo que enseñan con tanta dureza y severidad. Esa fractura entre la fe y la vida era, por lo visto, una actitud típica de aquella gente, que Jesús, además, conocía muy bien. Por eso se cuida de recordar que no hay que hacer lo que ellos hacen, pero sí lo que dicen. Y justamente porque esa actitud es típica, el modelo se puede repetir, y de hecho se repite con mucha frecuencia. El fariseísmo es un modo de ser, que se da en todas las épocas y, por supuesto, también en la nuestra. Por eso, comenzaba diciéndoos que ninguno de nosotros, sea obispo, sacerdote, consagrado o seglar, puede poner distancia ante las duras palabras del Señor.
Pero Jesús no sólo denuncia; al denunciar, también nos muestra la solución a este pecado, el camino de la conversión. Primero nos dice que ninguno de nosotros puede sentirse excluido del cumplimiento de la ley del Señor. Y, a continuación, nos hace ver que sólo el que obedece a Dios fielmente cada día y en cada una de sus normas de vida, sabe lo difícil que, a veces, eso resulta, y, por lo tanto, comprende siempre a sus hermanos en sus dificultades para cumplir la voluntad del Señor. Sólo quien escucha la Palabra de Dios y la cumple conoce su misericordia y tiene experiencia de su amor. Sin embargo, el que no vive lo que enseña e, incluso, se atreve a vivir de lo que enseña, es sólo un exhibicionista incapaz de comprender al prójimo en su debilidad. Sólo el vivir en el amor de Dios y de Jesucristo, su Hijo, nos iguala a todos; nos sitúa a todos en la misma dignidad y en el mismo nivel. Es más, el que vive en el amor de Dios y de Jesucristo aprende a situar su vida en el servicio, que es lo único que le da primacía a la vida del cristiano; lo único que lo enaltece. Por eso, exigir cualquier privilegio, el que sea, además de llegar a ser ridículo, es perder el rumbo de la vida, al elegir el aparecer sobre el ser. Otra cosa es que algunos llamen padre o maestro a otros, como muestra de aprecio por su testimonio de servicio en la responsabilidad que tengan encomendada. En realidad, Jesús no se niega a que tengamos detalles entre nosotros, incluso llamándonos padre o maestro; lo que dice es que eso nunca puede significar que unos sean más que otros o que, por eso, se sientan con derecho a situarse por encima de los demás. Al contrario, lo que Jesús propone es que, en las relaciones en la Iglesia, la grandeza sea proporcionada a la humildad y que la modestia sea esencial para los que quieran vivir como Jesús, que es manso y humilde de corazón. Lo que pide Jesús es que nuestro centro sea siempre Dios y nunca el yo de cualquiera de nosotros. Lo que se enseña en este texto es que, para un cristiano, tenga la misión que tenga en la Iglesia, siempre ha de quedar claro que sólo Jesucristo es el Señor.
+ Amadeo Rodríguez Magro
obispo de Plasencia
Evangelio
En aquel tiempo, Jesús habló a la gente y a sus discípulos, diciendo:
«En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos: haced y cumplid todo lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos dicen, pero no hacen. Lían fardos pesados y se los cargan a la gente en los hombros, pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar. Todo lo que hacen es para que los vea la gente: alargan las filacterias y agrandan las orlas del manto; les gustan los primeros puestos en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; que les hagan reverencias en las plazas y que la gente les llame maestro. Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar maestro, porque uno solo es vuestro Maestro y todos vosotros sois hermanos. Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre, el del cielo. Ni os dejéis llamar jefes, porque uno solo es vuestro Señor, el Mesías. El primero entre vosotros será vuestro servidor. El que se enaltece, será humillado, y el que se humilla, será enaltecido».
Mt 23, 1-12
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