Un profeta de fuego
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El segundo Domingo de Adviento nos presenta la figura de Juan Bautista, el precursor y heraldo del Mesías. Asceta y penitente, se entregó a su misión de suscitar la esperanza en el pueblo de Israel. Su predicación resuena directa y contundente llamando a la conversión para recibir el perdón de los pecados. Su figura es conmovedora y edificante por el realismo, por la humildad y por el amor hacia Aquel del cual no se considera digno ni de desatarle las sandalias. Prepara el camino, señala al Mesías y, después, desaparece discretamente.
Juan Bautista es un profeta de fuego. Voz que clama en el desierto con libertad y valentía. Una piel de camello y un cinturón son sus atuendos; un puñado de saltamontes y un poco de miel silvestre su alimento. Libre de ataduras, se aplica con todas sus fuerzas a la misión que ha recibido: preparar el camino al Señor. A los judíos fieles que esperaban la venida del Mesías les ayuda a centrarse en lo esencial, la conversión del corazón. A los que están apartados de Dios les persuade para que vuelvan al buen camino, a todos los exhorta a prepararse para el encuentro con el Señor que viene.
Comienza el Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios: este anuncio de salvación resuena, aquí y ahora, con toda la novedad para cada hombre y para cada mujer de nuestro tiempo. En el sujeto posmoderno se constata una gran fragmentación interior, una preocupante falta de vertebración. El sociólogo polaco Zygmunt Bauman ha acuñado la metáfora de la liquidez para describir la contemporaneidad. Hemos pasado de una modernidad sólida y estable a una líquida y voluble, en la que las estructuras sociales ya no perduran el tiempo necesario para solidificarse y no sirven de marcos de referencia para los actos humanos. Este nuevo marco implica la fragmentación de las vidas, la precariedad de los vínculos humanos en una sociedad individualista, marcada por las relaciones transitorias en las que no se mantienen ni los compromisos ni las lealtades.
Tiempos líquidos, sociedad líquida, amor líquido, que propician un hombre líquido, sin consistencia, sin estructura, sin compromiso. No podemos ignorar la crisis económica o las difíciles expectativas laborales para los jóvenes, ni la miseria y el hambre en otras latitudes del planeta; tampoco nos olvidamos de la crisis de identidad y de sentido en las sociedades ricas y opulentas, o las incertidumbres ante el futuro en países que están pasando por profundas transformaciones políticas y sociales. Pero, a pesar de los pesares, hay motivos de consuelo, hay razones para la esperanza. Por eso proclamamos con el profeta Isaías: Aquí está vuestro Dios. Mirad: Dios, el Señor, llega con fuerza.
+ Josep Ángel Saiz Meneses
obispo de Terrassa
Evangelio
Comienzo del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios.
Como está escrito en el profeta Isaías: «Yo envío a mi mensajero delante de ti, el cual te preparará tu camino; una voz grita en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus senderos»; se presentó Juan en el desierto bautizando y predicando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados. Acudía a él toda la región de Judea y toda la gente de Jerusalén. Él los bautizaba en el río Jordán y confesaban sus pecados.
Juan iba vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Y proclamaba:
«Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo, y no merezco agacharme para desatarle la correa de sus sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero Él os bautizará con Espíritu Santo».
Marcos 1, 1-8
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