YO soy mucho de la Montaña. Soy de la Montaña de toda la vida. De la mar de Castilla. De la que crió a media España con el Pelargón que Nestlé hacía en La Penilla. Soy de la Montaña del sobao pasiego.La que inventó la emigración antes que nadie y eso de los emprendedores antes que existiera tal palabra. Hablo de la Montaña de los montañeses de Sevilla y de los chicucos de Cádiz. La de los jándalos que se vinieron a trabajar a Andalucía con pantalón corto, se pasaron la vida detrás del mostrador de un almacén de ultramarinos o de una tienda de comestibles, durmieron debajo de ese mismo mostrador sin quitarse el babi de crudillo, ahorraron y cuando tuvieron un dinero se establecieron como comerciantes, con tiendas que pregonaban poemáticos nombres en recuerdo de su tierra: El Valle del Pas, La Flor de Toranzo, La Gloria de Villacarriedo. Esa es mi Montaña, qué Cantabria ni Cantabria.ANTONIO BURGOS.

miércoles, 23 de julio de 2014

LAS BOLERAS



Artículo escrito Jesús Herrán en el Diario Montañés sobre las boleras en Cantabria.


 LAS BOLERAS: Estuve a punto de escribir un artículo, un pequeño homenaje, pero ya sabes como soy. Pensé que había voces mucho más autorizadas que la mía, y al final no lo escribí –Mario Camus, mientras habla, pasa la mano por su cabeza, como queriendo atusar el pelo que ya le falta–. Jugábamos la partida en el ‘Chiqui’ un día a la semana. Me gustaba decir en broma que entre los cuatro compañeros de cartas sumábamos casi cuatrocientos años... Y no creas, que no estábamos tan lejos. Al terminar, le acompañaba a casa, cogido del brazo. Modesto Cabello andaba con dificultad, pero a los 91 años seguía teniendo una lucidez mental asombrosa. Y su aspecto era el de un caballero clásico, de esos que se forjan en las boleras. Al día siguiente de su muerte, como sospechaba, aparecieron muchos escritos en la prensa. Todos le ensalzaban. Yo quería haber escrito algo distinto. Partiendo de su figura, quería reivindicar el papel cultural de las boleras, la importancia que han tenido en los pueblos de Cantabria, ahora que tanto hablamos de millas culturales, de museos de diseño y de todas esas cosas. Las boleras han sido nuestras ancestrales ágoras. En ellas se reunían las gentes, no sólo para jugar a los bolos, también para charlar, para dirimir los asuntos de los concejos. En ellas se hacían las romerías, se consolidaban los noviazgos. La vida entera del pueblo pasaba por las boleras, bajo los árboles centenarios que, a su alrededor, procuraban sombra y frescor en el verano. Las boleras han sido el verdadero esqueleto deportivo y cultural de nuestra región. No hay pueblo que no tenga al menos una. Y en ellas se sigue jugando ese deporte, tan señorial, tan elegante, tan singular, tan nuestro. Tenía que haberlo escrito –me dice– para resaltar la figura de Cabello, y la de las boleras, y la de los bolos. Pero no lo hice -ahora me mira con ojos inquietos–: A lo mejor podías escribirlo tú.

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