YO soy mucho de la Montaña. Soy de la Montaña de toda la vida. De la mar de Castilla. De la que crió a media España con el Pelargón que Nestlé hacía en La Penilla. Soy de la Montaña del sobao pasiego.La que inventó la emigración antes que nadie y eso de los emprendedores antes que existiera tal palabra. Hablo de la Montaña de los montañeses de Sevilla y de los chicucos de Cádiz. La de los jándalos que se vinieron a trabajar a Andalucía con pantalón corto, se pasaron la vida detrás del mostrador de un almacén de ultramarinos o de una tienda de comestibles, durmieron debajo de ese mismo mostrador sin quitarse el babi de crudillo, ahorraron y cuando tuvieron un dinero se establecieron como comerciantes, con tiendas que pregonaban poemáticos nombres en recuerdo de su tierra: El Valle del Pas, La Flor de Toranzo, La Gloria de Villacarriedo. Esa es mi Montaña, qué Cantabria ni Cantabria.ANTONIO BURGOS.

viernes, 2 de septiembre de 2011

El Romancero de La Montaña:La esposa de Don García



La esposa de Don García

A cazar iba, a cazar,

el infante don García,

donde cae la nieve a copos,

donde cae el agua fría;

y se puso a descansar

al pie de una verde oliva,

y en la ramita más alta

hay una ave que decía:

-¡Vuélvete a casa, don Juan,

el infante don García,

que a tu esposa llevan los moros

por unas sierras arriba!

-Vuelve a rienda, mi caballo,

el de la silla dorida,

mucha cebada te he dado,

mucha más yo te daría,

si me llevas esta noche

donde mi padre estaría.

Picó espuelas al caballo,

volaba, que no corría.

-Dígame, señora madre,

dígame, señora mía,

si vio por aquí pasar

a mi esposa doña Elvira.

-Si, hijo, por aquí pasó,

tres horas antes del día;

un cantar iba cantando,

los moros la respondían.

-Vuelve a rienda, mi caballo,

el de la silla dorida,

mucha cebada te he dado,

mucha más yo te daría,

si me llevas esta noche

donde mi suegra estaría,

que ella dirá la verdad,

que la querrá como hija.

Picó espuelas al caballo,

volaba, que no corría.

-Dígame, señora suegra,

dígame, señora mía,

si vio por aquí pasar

a mi esposa y a su hija.

-Si, hijo, por aquí pasó,

tres horas antes del día;

un cantar iba cantando.

-¡Adiós, madre de mi vida!

Yo le dije: -¡Adiós, hija!,

que ampararla no podía.

Dios dé salud a tu esposo

el infante don García,

que te sacará de entre ellos

y aunque le cueste la vida.

-Dígame, señora suegra,

dígame, señora mía,

si les podré yo alcanzar

antes de entrar en Turquía.

-No sé qué te diga, hijo,

que hace rato que caminan.

-Vuelve a riende, mi caballo,

el de la silla dorida,

mucha cebada te he dado,

mucha más yo te daría.

Picó espuelas al caballo,

volaba, que no corría,

y al subir una gran cuesta,

abajo había una gran ría;

los vio juntos merendando

y en medio la blanca niña.

-O es su padre o es su hermano

o marido de la niña.

-Ni mi padre, ni mi hermano,

marido no le tenía,

siempre me he dolido yo

del que de camino iba.

-Buenas tardes tengan, moros,

y en medio la blanca niña.

Pan y vino se ha dejado

por mandato de la niña.

-Dios se lo pague, señora,

que yo no la conocía.

-¿Adónde va el caballero?

-Allá voy para Turquía,

a llevar pliegos y cartas

a los reyes de Turquía.

-Si nos quisiera llevar

a las ancas a la niña,

que el camino ya va largo

y hace rato que camina.

-Mi caballo, señores,

está criado en cortesía

y no recibiría en ancas

si doncella no estaría.

Responden todos a un tiempo:

-¡Doncella está, por mi vida!

Y al pasar una gran puente

y abajo una gran ría:

-Pasen delante los moros

que en mi pueblo así se estila,

que no pasaría el caballo

aunque le cueste la vida.

Pasan delante los moros

y al momento les derriba.



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