YO soy mucho de la Montaña. Soy de la Montaña de toda la vida. De la mar de Castilla. De la que crió a media España con el Pelargón que Nestlé hacía en La Penilla. Soy de la Montaña del sobao pasiego.La que inventó la emigración antes que nadie y eso de los emprendedores antes que existiera tal palabra. Hablo de la Montaña de los montañeses de Sevilla y de los chicucos de Cádiz. La de los jándalos que se vinieron a trabajar a Andalucía con pantalón corto, se pasaron la vida detrás del mostrador de un almacén de ultramarinos o de una tienda de comestibles, durmieron debajo de ese mismo mostrador sin quitarse el babi de crudillo, ahorraron y cuando tuvieron un dinero se establecieron como comerciantes, con tiendas que pregonaban poemáticos nombres en recuerdo de su tierra: El Valle del Pas, La Flor de Toranzo, La Gloria de Villacarriedo. Esa es mi Montaña, qué Cantabria ni Cantabria.ANTONIO BURGOS.

lunes, 17 de septiembre de 2012

Don Luis de Velasco, montañés insigne,héroe de la defensa del Morro.



Uno de los mayores privilegios de los que goza la Infantería de Marina Española (aparte de ser la más antigua del mundo), es la consideración de Cuerpo de la Casa Real, el cual le fue concedido por R.O. DE 22 de Marzo de 1763, debido al heroico comportamiento de sus miembros en la defensa en La Habana del Castillo del Morro. Hemos de situarnos en el marco de la Guerra de los Siete Años (1756-1763), la que Winston Churchill consideró como la verdadera primera guerra mundial de la historia, ya que se desarrolló en tres continentes (Europa, América y Asia) e involucró a Gran Bretaña, Hannover, Prusia y Portugal contra Francia, Austria, Rusia, Suecia, Sajonia y España.


Tras el periodo de paz que caracterizó el reinado de Fernando VI, la llegada de Carlos III significó un cambio de rumbo y la firma del Tercer Tratado de familia con Francia fue lo que empujo al monarca español a involucrarse en esta guerra, sin olvidar las afrentas inglesas con sus continuos ataques a los barcos españoles en las Antillas y el Atlántico.

En Marzo de 1762 una gran escuadra inglesa parte hacia La Habana para apoderarse de ella. Sus fuerzas se componían de 74 buques de guerra, 150 de transporte, 22000 hombres (más 4000 de refuerzo que llegarían de las colonias americanas) y 2292 cañones de todos los calibres.

Mientras en La Habana el Capitán General de Cuba, Don Juan de Prado Malleza Portocarrero y Luna, empezaba a tomar decisiones desafortunadas, como no juntar todas las fuerzas marítimas de la isla, junto a las francesas, para poder haber hecho frente a la escuadra inglesa.

Las fuerzas con las que contaba España en La Habana para su defensa eran el Regimiento de infantería de la Habana mandado por el coronel Alejandro Arroyo y compuesto por cuatro batallones de seis compañías con una fuerza total de 856 soldados, sin contar oficiales y los destacamentos destinados en diferentes puntos de Cuba y La Florida; el segundo batallón del Regimiento de infantería España al mando del Teniente Coronel Feliú formado por nueve compañías con 645 soldados sin contar oficiales; el segundo batallón del Regimiento Aragón mandado por el Teniente Coronel Panés Moreno formado por nueve compañías con 636 soldados sin contar oficiales; el cuerpo de Dragones de la Habana que estaba repartido por diferentes destinos estando en la Habana una fuerza de cuatro compañías compuestas por 54 soldados a caballo y 21 a pie y los Dragones de Edimburgo formado por 200 a caballo sin contar oficiales. La situación de la artillería era bastante precaria. Se consideraba que para una buena defensa de la ciudad eran necesarios 595 cañones, disponiéndose solo de 340 de los cuales únicamente 107 estaba totalmente operativos. A estos se sumaban 69 que envió el Virrey de México y 171 artilleros divididos en dos compañías.

El 6 de Junio los ingleses se sitúan frente a La Habana. Se crea una junta de defensa presidida por Don Juan de Prado, la cual tomará dos decisiones trágicas que marcarán el futuro de la defensa. Primero tras mandar subir con gran esfuerzo dos baterías de cañones a el cerro de La Cabaña, sitio estratégico pero con escasas defensas y ser este atacado por tierra por los ingleses, se ordena al segundo día de ataque despeñar los cañones y retirarse si atacan los ingleses, lo cual ocurrió. La segunda equivocación es la de hundir el 9 y 10 de Junio tres navíos en el estrecho canal de entrada de la bahía para evitar la entrada de la flota inglesa. Estos navíos eran de los mejores de la escuadra española, el Neptuno de 70 cañones y los Asia y Europa de 60 cañones .Los ingleses, sin podérselo creer, se frotan las manos tras ser inutilizada la flota enemiga sin disparar un solo tiro. Perdida la flota se ordena desmantelar los cañones y repartir las provisiones, así como tropa y marineros entre las diferentes guarniciones. Es aquí donde empieza a tomar protagonismo el gran héroe de esta historia, el Capitán de Navío Don Luis de Velasco y Fernández de la Isla, que es enviado a la defensa del Morro.

El 11 de junio los ingleses son dueños del cerro de la Cabaña, así como de los fuertes de la Chorrera y Torreón de San Lázaro. La situación de La Habana es desesperada y se empieza a evacuar a los civiles. Los ingleses disponen el 14 de junio de tres baterías de cañones en La Cabaña, a escasos 190 metros del Morro y en posiciones más elevadas, los cuales disparan sobre la ciudad y el Morro, sumándose a los que disparan desde el mar. Durante los siguientes días las decisiones de la Junta de Defensa, más que ayudar son un estorbo para los intereses españoles, y don Luis de Velasco no cesará de pedir que se organicen salidas para atacar las posiciones enemigas y aliviar la presión a la que se ve sometido el Morro.

El día 29 de junio se lleva a cabo un ataque a las baterías inglesas que fracasa pero permite que 300 soldados al mando del coronel Arroyo entre en el Morro para reforzar a la guarnición.


Vista actual del Castillo de los Tres Reyes del Morro,
nombre completo de la fortaleza.
El 1 de julio se lleva a cabo un ataque general por tierra y mar contra el castillo. Por mar un navío inglés, el Namur, debió ser remolcado por lanchas al haber perdido todos sus palos, otros dos, el Cambridge y Marlborough sufrieron daños. El comandante de un cuarto, el Stirling Castle, fue relevado de su cargo y juzgado por cobardía. Por tierra las baterías del general Keppel van desmontando una a una las piezas que defienden al castillo. Los baluartes y las cortinas se resquebrajaban, los soldados mueren despedazados por los proyectiles de los cañones o enterrados al derrumbarse los muros que protegen el Morro. Con todo el castillo resiste. Al día siguiente han desaparecido las obras exteriores del castillo. Los cañones dentro del Morro son cada vez más escasos y por la tarde solo dos de ellos están en situación de hacer fuego.

Por la noche, tras estos interminables días, se hacen prodigiosos esfuerzos para llevar al castillo, desde la Habana, tropas de refresco y cañones para sustituir aquellos que han sido destrozados. Pero los ingleses también van aumentando el número de bocas de fuego que disparan desde tierra por lo que siempre estarán los españoles en inferioridad. Para el 12 de julio veinte cañones ingleses disparan contra cinco o seis españoles que responden.

El 15 de julio don Luis de Velasco, con un esfuerzo sobrehumano, ya que se hallaba enfermo, acude a las murallas en ruinas y con su presencia anima a los soldados a mantener la defensa. En ese momento será cuando es gravemente herido en la espalda por la metralla. Contra su voluntad debe ceder el mando de la guarnición al Capitán de Navío Francisco de Medina y es trasladado a la Habana para que le curen las heridas.

El combate continúa, el 17 de julio solo quedan dos cañones activos, los ingleses inician una mina para volar los muros. El día 19 y 20 se consigue instalar tres nuevos cañones que pronto quedaran inservibles. Los merlones que dan a tierra están todos destruidos. El trabajo de las minas prosigue amenazadoramente.

El día 23 de julio las tropas españolas atacan a las inglesas con idea de destruir sus baterías. Este ataque desde la Habana ha sido ideado, como no, por don Luis de Velasco quien, a pesar de la gravedad de su herida, no cesa en la idea de una defensa activa frente al enemigo al contrario que el gobernador y la Junta que postulan una defensa pasiva a la espera que la enfermedad destruya al ejército enemigo como sucedió en Cartagena de Indias en la inolvidable defensa de don Blas de Lezo. Fracasó el ataque debido a un fallo en la coordinación. Sin esperanzas de parar las obras de las minas que cada vez se aproximaban más a los muros del castillo, don Luis de Velasco, a pesar de su herida, volvió a asumir su puesto en la defensa del castillo que se sabía sentenciado.

El día 27 de julio los ingleses cortaron la única posibilidad que tenían los españoles del Morro de comunicarse con la ciudad que era con pequeñas embarcaciones por el centro de la bahía. Los cañones ingleses habían cortado esta mínima vía de escape. Desde ese instante la guarnición del Morro se encontraba aislada y sin ninguna posibilidad de recibir suministros o refuerzos.

Al día siguiente los ingleses recibieron un refuerzo de 3.000 soldados procedentes de las colonias americanas. Uno de estos soldados era un joven que respondía al nombre de George Washington. Estos refuerzos causan tan buen efecto moral entre los ingleses que se deciden al asalto final.

Velasco sabe que el castillo está sentenciado por lo que comunica a la Junta la situación y solicita ordenes. La Junta de Defensa, en su línea e incapaz de tomar ninguna decisión, le contesta que actué como crea oportuno. Para un hombre como Velasco,con un sentido del deber y pundonor tan marcado es prácticamente una incitación a que lleve a cabo una lucha hasta la última gota de sangre.

El día 30 de julio de 1762 el general William Keppel da la orden de atacar. El orden de ataque será los destacamentos de zapadores delante tras ellos cuatro compañías de soldados, el general Keppel al mando de una brigada detrás y al final el resto de las brigadas.


Cuadro que muestra como los buques ingleses
se retiran del Morro seriamente dañados.
A las dos de la tarde, la hora de más calor, explotan las minas y las tropas parten al asalto. Se inicia un combate cuerpo a cuerpo por el castillo de una ferocidad inaudita. Don Luis reúne entorno a sí una fuerza de cien hombres en los parapetos que están alrededor de la bandera y anima la defensa hasta que una bala le atraviesa el pecho. El mando de la fortaleza pasa al otro gran héroe de la jornada, don Vicente González-Valor de Bassecourt que no permitió que se le fuera robado su estandarte y murió con el cuerpo atravesado por las bayonetas enemigas mientras abrazaba la enseña nacional. Ante la falta de líderes y tras tantos días de sufrimiento, combate y penurias, los supervivientes deciden rendir la fortaleza.

Los ingleses han quedado profundamente impresionados por el valor mostrado por los españoles en la defensa del castillo y en especial con su comandante. Sin pensarlo dos veces organizan el traslado de don Luis de Velasco a la Habana para que sea cuidado por médicos españoles, en el traslado a la ciudad la acompañara uno de los oficiales del conde de Albermale. Pese a todo, las heridas eran muy graves y nada se puedo hacer. Dos días después fallecería el heroico marino.

Pero no acabó aquí la admiración inglesa por nuestro héroe, y en un gesto que les honra le levantaron un monumento en la abadía de Westminster, el cual todavía se puede visitar. Además el estandarte español que capturaron en el Morro lo guardaron con gran respeto en la Torre de Londres. Por último y hasta entrado el siglo XX, cada vez que un barco de guerra británico pasaba por Noja, en Cantabria, disparaba salvas de honor en nombre de don Luis de Velasco, por ser natural de esta localidad marinera.

En España, el rey Carlos III, junto al honor otorgado a la Infantería de Marina, concedió títulos a los familiares de don Luis de Velasco y del no menos heroico don Vicente González. También construyó un monumento a Velasco cerca de Noja y declaró que un navío de guerra español siempre llevaría su nombre.

Por el contrario, la desastrosa Junta de Defensa fue tratada con total deshonor por los ingleses, y los principales oficiales españoles fueron embarcados y devueltos a España donde les esperaba un juicio para dilucidar su actuación. El proceso reveló los fallos cometidos en la defensa de la plaza de la Habana.

La perdida de la batalla significó perder La Habana, pero no por mucho tiempo, ya que tras la firma de la paz esta volvió a España, a cambio de Florida, recibiendo España la Luisiana por parte francesa a modo de compensación.

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