Leyenda:
“Cuéntase que huyendo a fines del siglo XVIII un abate francés de las efervescencias políticas de sus país, se refugió en el pueblo de Término, cuyo punto le ofrecía seguridades personales, a causa de estar incomunicado con el resto de la comarca en aquella época, proporcionándole así mismo el grato placer de admirar las bellezas de la naturaleza, la cual repartió con mano pródiga, por cierto, sus dones en este antes solitario país. En una de las frecuentes excursiones que el abate hacía a distancia del pueblo, tuvo la fortuna de encontrarse con un manantial templado, y como padecía bastante de la vista le ocurrió lavarse sus ojos, notando algún alivio inmediato, lo cual le movió a repetir sus visitas y las aplicaciones del agua medicinal hasta que se curó por completo.
Partiendo de este hecho, y estableciendo quizá comparaciones entre los caracteres del nuevo manantial con otros que él conociera, o quien sabe si por una serie de raciocinios más o menos lógicos, el caso es que principió a dar nuevas aplicaciones a esta agua, empleándolas con preferencia en los padecimientos del estómago e intestinos y en los de la vejiga de la orina. La verdad es que fuera cualquiera el motivo que le sirviera de fundamento para la elección de las enfermedades que debieran tratarse con dichas aguas, no pudo estar más oportuno. Así es que principiaron a conseguirse numerosas curaciones bajo su dirección, llegando a captarse el abate las simpatías de todo el país, no sólo por su claro talento y afabilidad, si que también por el venero de salud, que supo poner a disposición de los habitantes de aquella pintoresca comarca.
Más al cabo del algún tiempo desapareció el abate de estos lugares, ignorándose la causa de semejante resolución, sin dejar en pos de sí vestigio ni testimonio alguno referente a este asunto; lo poco que de esto se sabe es tradicional, conservando el manantial el título del Francés, como recompensa a su descubrimiento.
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