YO soy mucho de la Montaña. Soy de la Montaña de toda la vida. De la mar de Castilla. De la que crió a media España con el Pelargón que Nestlé hacía en La Penilla. Soy de la Montaña del sobao pasiego.La que inventó la emigración antes que nadie y eso de los emprendedores antes que existiera tal palabra. Hablo de la Montaña de los montañeses de Sevilla y de los chicucos de Cádiz. La de los jándalos que se vinieron a trabajar a Andalucía con pantalón corto, se pasaron la vida detrás del mostrador de un almacén de ultramarinos o de una tienda de comestibles, durmieron debajo de ese mismo mostrador sin quitarse el babi de crudillo, ahorraron y cuando tuvieron un dinero se establecieron como comerciantes, con tiendas que pregonaban poemáticos nombres en recuerdo de su tierra: El Valle del Pas, La Flor de Toranzo, La Gloria de Villacarriedo. Esa es mi Montaña, qué Cantabria ni Cantabria.ANTONIO BURGOS.

martes, 8 de abril de 2014

CÁDIZ Y CANTABRIA, por Quintín Dobarganes Merodio






Tomado de http://www.islabahia.com/

Los lazos entrañables que unen a las dos capitales que limitan al norte y sur de la península Ibérica fueron enaltecidos con una expresión feliz del ilustre e inolvidable gaditano José María Pemán, quien precisó en los siguientes términos que transcribimos de memoria «...si doblamos el mapa de España, observaremos que Cádiz y Santander coinciden en lo geográfico, pero también en la fusión de sentimientos, afanes y aspiraciones, labrados a través de los siglos»... Igualmente, el insigne novelista montañés José María de Pereda, dejó escritas páginas con expresiones de una gran realidad, relacionadas con las dos provincias hermanas, especialmente en su simpática obra titulada «Los jándalos». santillana0lacolegiataDespués de los 300 «homes buenos» (unas 1.600 almas en total), a las órdenes de Guillén de Berja, con los que Alfonso X el Sabio repobló la Villa de Cádiz tras la expulsión de los árabes, la corriente migratoria del norte hacia el Sur fue constante, y uno de los montañeses de más relieve, hombre verdaderamente excepcional, que vino de «chicuco» a Cádiz, fue Antonio López y López de Lamadrid, que llegaría a ser el primer Marqués de Comillas, a quien se debe la creación de la Compañía Trasatlántica, los astilleros de Matagorda y la primera Escuela de Maestría Industrial de España. El segundo marques de Comillas, Claudio López Bru, que continuó y engrandeció la obra de su padre, eleva su figura en el monumento en su honor levantado por los gaditanos en la Alameda de Apodaca, de la misma forma que una calle en la capital gaditana recuerda el día que dio vida a una empresa y a una industria que han sido básicas en el movimiento comercial de la zona, con proyección en países de todo el mundo. santillanaEn Cantabria -cuna de estos hombres que se entregaron a Cádiz en cuerpo y alma- se levanta el palacio de los marqueses de Comillas en la villa del mismo nombre; y en lo alto de un cerro, cara al mar Cantábrico, la Universidad Pontificia por ellos creada, que en la actualidad desarrolla sus actividades. Las simpatías con que las cosas Cádiz tienen su arraigo en Cantabria, pude observarlas, y vivirlas durante un viaje a mi tierra de origen. Permitidme que destaque tres hechos singulares. En el desfiladero de la Hermida, con el imponente marco de los Picos de Europa, una sencilla mujer, al ver la matrícula del coche, se acercó para expresar su alegría y decir que su padre había trabajado, hace más de medio siglo, en el antiguo restaurante «La Estrella», de la plaza «Candelaria» de Cádiz, y, al mismo tiempo, preguntarme si conocía a un hijo suyo que también estuvo en la capital gaditana y que después emigró a Santo Domingo. Cuevas de AltamiraEn San Sebastián del Garabandal, centro de las supuestas apariciones de la Virgen a unas niñas hace más de cuarenta años, uno de los hombres de un grupo, reunidos en uno de los soportales, me preguntó si conocía al profesor Miguel Martínez del Cerro (q.e.p.d.), que era muy popular por sus visitas al lugar y por su compenetración y simpatía con lo que allí llaman «el milagru». También visitaron aquella aldea, de poco más de un centenar de almas, y que se halla al pie de Peña Sagra, unas 20.000 personas de distintas partes del mundo, en una sola jornada, en la década de los años 60. En Santillana del Mar, villa monumental próxima a las Cuevas de Altamira, conversé con varias personas que desarrollaron su actividad comercial en la provincia de Cádiz y cuyos sentimientos hacia esta tierra del Sur no tienen límites. Cuevas de Altamira2Sobre Santillana del Mar cabe expresar lo que está en el ambiente humorístico popular «Santillana del Mar es una villa llamada de las tres mentiras, porque ni es santa ni llana ni tiene mar...» Y es verdad. Pero también es verdad que se trata de una joya arquitectónica de la antigüedad en todo su conjunto. Por añadidura, ha llegado a nuestros oídos que visitó aquella villa singular de Cantabria el llamado «Papa Clemente» de El Palmar de Troya. Este clérigo invidente y estrafalario, iba como siempre acompañado de varios subordinados suyos, con los que corre -como se ha dicho en la prensa- las grandes juergas y participa en comilonas en hoteles de cinco estrellas. En Cantabria pretendía sentar sus reales en el Parador «Gil Blas de Santillana», con la exigencia de que tenían que darles salones con «vistas al mar...» Esta desfachatez no sentó bien a la gerencia, que rogó al «Papa» y a los que formaban su séquito abandonasen el recinto hotelero y continuasen hacia la costa hasta adentrarse en el mar Cantábrico... Terminamos con un párrafo del escritor y poeta santanderino, Manuel González Hoyo, flor natural de los Juegos Florales de San Fernando, organizados por la Academia de San Romualdo en 1955, y que corresponde a un precioso articulo titulado «Embajada de juventud», publicado en un folleto titulado «Santander y San Fernando», editado en 1960 con motivo de un partido de fútbol celebrado entre el Real Santander y el C.D. San Fernando. Dice así: «Yo sé que en Cádiz y sus ciudades, las que se asoman al espejo de plata de su inmensa bahía, todo lo que lleva el nombre de la Montaña despierta ecos placenteros y remueve simpatías que se han hecho indelebles al paso de los siglos; que la hermandad de gaditanos y montañeses no es un artificio de las circunstancias ni un fenómeno de la casualidad, sino herencia permanente de un convivir de muchos años en identificación entretejida de familia a familia, apretada en las almas con los vínculos irrebatibles de la sangre».

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