Por naturaleza los pasiegos son gente desconfiada, a una pregunta directa que se les haga suelen responder con otra pregunta, y si saben un secreto de un vecino no lo contarán nunca. Sobre esta característica Antolín Esperón, en un artículo suyo aparecido en el Semanario Pintoresco Español, en el año 1848, señala que “si al llegar un viajero a una encrucijada de caminos, pregunta a un pasiego por dónde se va a tal parte, primero se hace sordo, y sólo habla cuando se le indica uno de los caminos, cuando se le dice en tono interrogativo, ¿es por aquí? Entonces responde: podráque, podráque; pero ni dice sí ni no... Si un forastero inquiere si tal o cual persona se halla en buena situación, si tiene bienes, etc.; al instante replica: ¿débele algo, débele algo? Con cuya locución se duda si pretenden saber cuál es el acreedor o el deudor”.
YO soy mucho de la Montaña. Soy de la Montaña de toda la vida. De la mar de Castilla. De la que crió a media España con el Pelargón que Nestlé hacía en La Penilla. Soy de la Montaña del sobao pasiego.La que inventó la emigración antes que nadie y eso de los emprendedores antes que existiera tal palabra. Hablo de la Montaña de los montañeses de Sevilla y de los chicucos de Cádiz. La de los jándalos que se vinieron a trabajar a Andalucía con pantalón corto, se pasaron la vida detrás del mostrador de un almacén de ultramarinos o de una tienda de comestibles, durmieron debajo de ese mismo mostrador sin quitarse el babi de crudillo, ahorraron y cuando tuvieron un dinero se establecieron como comerciantes, con tiendas que pregonaban poemáticos nombres en recuerdo de su tierra: El Valle del Pas, La Flor de Toranzo, La Gloria de Villacarriedo. Esa es mi Montaña, qué Cantabria ni Cantabria.ANTONIO BURGOS.
lunes, 21 de julio de 2014
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